El hombre máquina- La Mettrie.
La Mettrie fue
un médico y pensador francés, nacido en Saint-Malo en el año 1709. Ya a los
quince años compuso un tratado de teología durante su estancia en el colegio de
Plessis, esta obra fue realizada bajo la atenta supervisión de Cordier, su maestro
de lógica. Sin embargo este apasionamiento quedó completamente anulado pocos
años más tarde, cuando La Mettrie comenzó a repudiar todo lo teológico. En 1725
cambió el curso de sus estudios, matriculándose en Física, durante ese tiempo
estudiará también Medicina y pasará a ejercerla en su ciudad natal, aconsejado
por el médico Hinauld. Comenzó a publicar ciertos libros que generaban polémica
entre sus colegas, los cuales atacaban a La Mettrie en algunas de sus obras,
dicha polémica fue creciendo y fueron varios médicos los que pasaron a tomar
parte en ella.
No tardará en
abandonar su ciudad natal para dirigirse a París, donde será nombrado cirujano
de la Guardia Francesa por el conde Grammont, gracias a su condición de médico
militar pudo presenciar varias batallas muy de cerca, en una de ellas, el asedio
a Friburgo tuvo una revelación en mitad de un ataque de fiebre. Ahí comprendió
que un alma independiente del cuerpo no podía ser más que una mera fantasía, al
corresponderse todos los pensamientos, funciones y fuerzas mentales con el
estado del cuerpo. En ese ataque de fiebre se veía asediado por imágenes
confusas, danzaba en un maremágnum de caos y le era imposible pensar
claramente, de ahí saca la base para su filosofía materialista, de la
imposibilidad de una separación entre alma (mente) y cuerpo.
Expuso por
primera vez esta filosofía publicando Historia
natural del alma en 1745, pese a la admiración de Federico II hacia el autor
su obra encolerizó a un todos los tipos de creyentes que había en Europa por
aquella época. Su obra fue categorizada como una herejía y el autor fue objeto
de persecución, se consideró incluso que había cometido un delito de opinión.
Tras esto se vio obligado a huir a Flandes, donde fue nombrado jefe de los
médicos de los hospitales de Lille, Bruselas, Gante, Worms y Amberes, aun así
durante su estancia en Flandes no cejó en su empeño por seguir escribiendo,
esta vez sobre las impresiones que los médicos y su conducta le producían. Esta
vez fueron sus propios colegas los que arremetieron contra él, en lugar de los
teólogos, la libertad de pensamiento de La Mettrie había exasperado a
demasiados de ellos, gracias a su fuerza de opinión acabaron expulsándolo
también de Flandes. Sus libros fueron quemados públicamente en las escaleras
del Parlamento y fue acusado de espionaje y amenazado con la cárcel.
En Holanda se
consagró por entero a su obra filosófica, dejando de ejercer la medicina, fu
entonces cuando publicó El hombre máquina,
el impacto de esta obra fue demoledor todos los religiosos de la ciudad se
revolvieron contra el filósofo francés al unísono. Nuevamente se vio obligado a
marcharse, esta vez con lo puesto, en mitad de la noche y bajo la lluvia,
ayudado por un amigo suyo, un librero de Leiden. Fue acogido, finalmente, en la
corte de Federico II, allí no sólo se entregó al ejercicio de su filosofía con
la publicación de obras como El hombre
planta, El discurso sobre la felicidad, El arte de gozar y El sistema de
Epicuro, sino que también se arrojó a su inclinación por el placer y a la
comprobación de su propuesta filosófica de que el fin mismo de la vida es el
placer de existir. Curiosamente su muerte le sobrevino el día 11 de noviembre
de 1751, debido a una intoxicación alimenticia por la ingesta de paté relleno
en mal estado.
Dos eran los
sistemas filosóficos, claramente distinguibles de la época, el Espiritualismo y
el Materialismo, este último será el que La Mettrie tome como modelo, siendo
también naturalista. Su interpretación nace gracias a dos luces concedidas por
la naturaleza: La experiencia y la observación.
Podemos
catalogar su pensamiento como un Materialismo ilustrado, mecanicista y de corte
naturalista. Parte de la creencia de que tanto el cuerpo como el alma están
constituidos de una única sustancia, niega una inteligencia “divina” que haya
establecido un orden cósmico y al no existir un sujeto previo que constituya y
organice el universo este mismo no tiene plan ni función alguna. El universo
tiene un único principio, por tanto todo está constituido de una única materia
ciega, la cual se transforma a sí misma. Por lo tanto tan solo existen
múltiples variaciones de una misma materia que, a su vez, puede organizarse en
un número casi infinito de formas. Este universo, esta existencia carece de un
principio y una finalidad que vaya más allá de la existencia misma. La única
razón de la vida es vivirla, la única razón de la existencia es la misma
existencia. El ser humano no está hecho para conocer el infinito, por lo tanto
nos resulta imposible remontarnos al origen mismo de las cosas y seríamos,
incluso, más felices de este modo. Da igual la existencia o no de un dios, o
que la materia sea verdaderamente eterna e inmutable, la vida está para
vivirla, para nacer y para morir. Todo está sujeto al azar, pero es la
invención de Dios lo que anula este azar. El universo, para La Mettrie, sería
más feliz de ser ateo, de este modo se eliminaría toda disputa religiosa, toda
guerra teológica.
Sin embargo,
puesto que todo está en movimiento, todo puede ser explicado mediante las leyes
de la mecánica, aquí viene su mecanicismo, al decir que todos los seres vivos
puesto que estamos constituidos de materia, somos similares a máquinas. De esta
forma humanos y animales quedaríamos igualados y al mismo nivel. De la
observación de los cuerpos llevada a cabo por La Mettrie nace su pensamiento de
que todos los cuerpos son máquinas que montan ellas mismas sus propios
resortes, son estructuras autorreguladas. Ya Descartes, en los inicios de la
Modernidad igualaba el cuerpo humano a la máquina, aunque La Mettrie irá un
paso más allá, negando la dualidad cuerpo-alma al decir que ambos constan de la
misma materia que los conforman.
Los
principios motores de los cuerpos son semejantes en animales y humanos, existen
en ambos casos movimientos involuntarios, tanto en vida como postmortem debidos a los pequeños
resortes de los que dispone la materia. Existe, a su vez, una estrecha relación
entre la imaginación y el movimiento del cuerpo, un principio de simpatía que
La Mettrie ilustra con una claro ejemplo relacionado con cuerpos cavernosos que
se llenan de sangre, aumentando así su volumen, ante el mero estímulo de la
propia imaginación.
El alma no
sería más que un principio del movimiento o una parte material sensible del
cerebro, el cual puede considerarse como un resorte principal de todas las
máquinas compuestas de un sinnúmero de pequeños resortes que se montan unos a
otros. Todos estos resortes más pequeños no serían más que una emanación del
cerebro, el resorte principal, puede verse perfectamente en el ejemplo
anteriormente expuesto relacionado con los cuerpos cavernosos y la entrada de
la sangre en ellos. La verdadera medicina consistiría en renovar la máquina y
sus resortes a medida que esta se va perdiendo o deteriorando.
Rechaza, por
completo, que sea el alma la que produce esos movimientos en el cuerpo, ya que postmortem puede inducirse aún una
suerte de movimientos: espasmos y contracciones, en el cuerpo. La materia se
mueve, en efecto ante un estímulo y por sí misma, pudiendo auto-estimularse,
accionándose así estos pequeños resortes sin importar que nos encontremos ante
un individuo vivo o un cadáver fresco. Esta materia puede moverse por sí misma
no sólo cuando se encuentra organizada, como podemos ver en el ejemplo de un
rabo de lagartija que se contorsiona tras ser arrancado, o un corazón de rana
que al ser calentado por el sol vuelve a latir ligeramente. Aunque es la
materia organizada la que posee únicamente un principio motor.
Esta
naturaleza del movimiento nos es, sin embargo, tan desconocida como la de la
materia.
En un
ejercicio de anatomía comparada el autor equipara el cuerpo humano al cuerpo
animal, puesto que ambos poseen el mismo carácter mecánico, deduce cierta
continuidad material al comparar el cerebro humano con el de otros animales,
esta continuidad material abarcaría a todos los animales que conforman la
naturaleza. Lo cual nos indica que la transición, el paso del animal al hombre,
no es violenta. La principal distinción entre el mundo humano y el mundo animal
radica en el lenguaje y el conocimiento, siendo secundario lo espiritual y, por
tanto, posterior a la materia. De esto podemos discernir que el cuerpo precede
al alma, la cual se constituye de la misma sustancia que este. En esta
comparación de anatomía cerebral, La Mettrie dice que cuanto más se gana del
lado del “espíritu” más se pierde de los instintos, por lo tanto a mayor
ferocidad menor será el cerebro del animal y, por el contrario, cuanto más
cerebro tenga el mismo más dócil resultará. Esto es para él, sin ningún tipo de
duda, una condición singular impuesta por la misma naturaleza. Aunque en esto
no influye tan solo el tamaño del cerebro, también se ve reflejado el
equilibrio entre sólidos y líquido, lo que dictamina lo blando que es el órgano
en sí. Sostiene, desde una postura por completo anti-especista que sería
posible enseñarle el lenguaje a un animal y que la incapacidad de dicho animal
para aprenderlo tan solo nace en el defecto de los órganos del habla, debido a
una configuración de los mismos completamente diferente a la humana.
El animal
pasa a ser hombre mediante una transición, en absoluto, violenta, con el
ejercicio del lenguaje y con él de leyes para regular la convivencia de los
individuos, además del desarrollo de las ciencias y las artes, en resumen, con
la cultura. Gracias a esto el animal pasaría a ser hombre y desarrollaría
conocimientos simbólicos.
Establece que
la principal diferencia entre humanos y animales radica en la capacidad para
imaginar, todos los procesos mentales se reducen al acto imaginativo, por tanto
(a grandes rasgos) la única acción de la mente consiste en imaginar, algo
propio de la actividad del cerebro, el cual es un órgano material. Por ello la
materia está dotada de esta capacidad imaginativa. Todo valor humano, para La
Mettrie, se debe a una organización orgánica natural del cerebro, de este modo
las artes, las ciencias, la filosofía y un largo etcétera nacería de esta
organización estructural.
Somos, al
igual que los animales, máquinas cuyos resortes se montan a sí mismos, por lo
tanto estamos sometidos a una ley natural. La materia tiende a la virtud por
encima del vicio, ya que la primera produce placer mientras que el segundo
repugna. De esta forma podemos discernir que la materia tiene la capacidad
innata de distinguir entre vicio y virtud. Al no tener un ser que la organice
la propia materia tiene la capacidad de sentir dolor y placer, esto la
autorregula en la búsqueda de su propia felicidad. Para La Mettrie la máquina,
tanto para el hombre como para los animales, está hecha para la búsqueda de la
felicidad, no del conocimiento. Sostiene que la ignorancia es la base de la
felicidad, el desconocimiento es lo que verdaderamente es natural en la
materia, a lo contrario, al saber y el conocimiento, sólo se llega mediante el
abuso del funcionamiento de dicha materia. Por ello este abuso de la máquina
conduce al conocimiento y el saber, lo cual forma la psique humana, esta sería
antinatural y estaría formada con cierta violencia, en base a un abuso de
nuestras capacidades innatas.
La pérdida de
la naturaleza humana se da con la infelicidad debida al conocimiento, este
mismo destruye las ilusiones. Para La Mettrie la naturaleza nos ha creado para
ser felices, no sabios, a esto hemos llegado mediante un abuso de nuestras
facultades orgánicas. Esto, dice, es culpa del Estado que alimenta a lo que
para él son holgazanes que se hacen llamar vanidosamente filósofos. Algunos
autores como Nietzsche sostendrán siglos más tarde que este exceso de
conocimiento produce la caída al nihilismo, por tanto es necesario el arte para
evitar esta caída. Sin duda existe para La Mettrie el saber superfluo, que lo
único que procura son tormentos y desdichas, sabiendo esto nos dice que el ser
humano no debe tratar de ir más allá en la búsqueda de la razón para existir,
ya que la finalidad misma de la vida es ser vivida. Todo gira en torno a una
certeza que es, a su vez, una necesidad demostrada por la experiencia: Vida y
Muerte.
Si bien
Descartes equiparó el hombre con la máquina y por ello es ensalzado por La
Mettrie, su cogito será rechazado y despreciado, quedando relegado, ya que la
esencia del hombre no es el pensamiento puesto que este no existe en tanto que
sustancia. Los cuerpos se mueven, ya que tienen en sí mismos el principio del
movimiento, lo cual les permite realizar toda función desde la más sencilla a
la moral más compleja. De esto discernimos que la moral es, también, fruto del
movimiento de la materia. Esta afirmación, a priori algo compleja es fácilmente
explicable: Puesto que todo está constituido por materia, en continuo
movimiento, y al estar tanto el alma como el cuerpo compuestas por esta misma
materia en movimiento, todo resultado de la mente, todo pensamiento y proceso
mental tiene su origen en el movimiento de la materia. Al ser la moral producto
de estos pensamientos esta nace del movimiento constante de la materia que
constituye el cuerpo, el alma y, en suma, todo.
La Mattrie
funda, en base a esto, una ética basada en el goce, en la tendencia de los
cuerpos mismos al estar estos hechos para el placer y su propia felicidad.
Niega, de este modo, el espíritu como sustancia, estableciendo que la materia
no es en absoluto algo inferior ya que, al negar el espíritu, no existe nada
superior a ella. De esto resulta un total amor hacia la vida, lo cual se puede
apreciar claramente en su obra El arte de
gozar. Sostiene también que los mismos estados morales pueden originar un
mal funcionamiento en la máquina al impedir su tendencia básica a la felicidad
y el placer. Esta postura, catalogada como inmoral, creo una enorme indignación
entre sus contemporáneos, siendo incluso catalogada su obra El hombre máquina como Pestilentissimum libelum.
Hace una distinción
entre los placeres que la materia puede alcanzar, diferenciándolos en los que
pierden vivacidad, dejando de ser placeres debido a la mala organización de los
sentidos mismos y los placeres que precisan de un esfuerzo para mantenerlos en
suspensión y, de esta forma, aguzarlos. Estos últimos serían los placeres de la
mente, placeres que se obtienen mediante el estudio, alcanzándose así momentos
de éxtasis, ciertos placeres como, por ejemplo, la búsqueda de la Verdad. Sin
embargo, para alcanzar este placer puro y máximo es necesaria una ruptura
completa de los prejuicios.
Como bien
comprobó el autor en sus mismas carnes durante la fiebre que le sacudió, las
emociones surgen en la mente gracias a la imaginación, la cual se ve cegada por
las vísceras. De este modo todas las alteraciones corporales, enfermedades,
dolor, necesidades fisiológicas, etcétera, varían la mentalidad, la forma de
pensar, de comportarse y de ser. No es uno el mismo con el estómago vacío que
lleno, enfermo que sano, desde luego uno no piensa igual cuando un terrible
dolor azota sus entrañas que cuando está perfectamente lúcido o cuando está
bajo el influjo de la más ardiente de las pasiones. Existen sustancias, las
llamadas drogas, que al alterar el cuerpo de forma química producen
alteraciones que afectan al alma. Como vemos, cuerpo y alma se duermen al mismo
tiempo, pero son los cambios producidos en uno lo que afectan a lo otro.
Sostiene,
amparándose en el anterior racionamiento, que puesto que los alimentos producen
cambios en el cuerpo también producen alteraciones en el alma y, con ello, en
la conducta. Para La Mettrie es la carne cruda la que hace feroces a los
animales y al aprender el ser humano a cocinarla comenzó a distanciarse de las
bestias. El alma, afirma, mora en el estómago.
No sólo son
los alimentos, las drogas, el dolor y las enfermedades quienes afectan al alma,
también afecta la edad en buena forma y, además, de varias maneras. La edad
influencia claramente en la razón tanto debido al deterioro del organismo con
el paso de los años como por las experiencias sufridas en este tiempo.
Si nos
basamos en esto llegaremos, probablemente, a la conclusión a la que llegaron
muchos de los criminólogos de la época: Que existe una profunda relación entre
el carácter y los rasgos de la persona. Con este razonamiento los criminólogos
pretendían demostrar que los criminales poseían cierta configuración visible en
sus rasgos que los hacía identificables a simple vista. Existen multitud de
diarios con fotografías de rostros de delincuentes y exhaustivos estudios
detallados en ellos. Esta teoría llegó a mantenerse hasta entrado el siglo XIX.
La Mettrie
funda su pensamiento en que, al estar constituidos por la misma materia, los
estados del alma son correlativos al cuerpo, pero ¿Qué es lo que se entiende
por alma? Por supuesto nada más lejos de lo espiritual que la religión
sostiene, por alma se entiende la razón, emociones, sentimientos, pensamiento…
En suma, todo reductible a la Imaginación. Todo esto son procesos mentales, no
tangibles, realizados por un órgano material y tangible que sería el cerebro, compuesto
por materia en constante movimiento, de esta forma queda demostrado para La
Mettrie que todo pensamiento tiene como base de su nacimiento el movimiento de
la materia.
Queda toda el
alma reducida a la Imaginación, siendo el juicio, la razón y la memoria,
simplemente, partes del alma, modificaciones de este “tejido medular”. La
organización sería así el primer mérito, ya que de ella deriva toda virtud,
siendo igualmente válidas sin importar su origen, es decir, si son adquiridas,
prestadas o innatas en el individuo. Estas virtudes deben ser reconocidas por
el individuo que las posea, rechazándose así cualquier modestia exagerada, la
cual sería una ingratitud hacia la naturaleza. Es el honesto orgullo lo que
verdaderamente engrandece al hombre. La instrucción sería el segundo gran
mérito, al poderse de esta forma enseñar e inculcar virtudes en el individuo
mediante la educación.
El “espíritu”
es generado mediante la organización, el primer mérito que condicionará el segundo:
la instrucción. Ambos méritos conformarán la imaginación, que representa la
destrucción y renovación constante, el caos y la sucesión continua de nuestras
ideas, y con ella el alma. Es importante, para una correcta formación de la
imaginación y, por consiguiente, del alma el entrenamiento de esta en la
infancia. Ya que es necesario para favorecer el razonamiento aprender a
contener, analizar y sopesar las ideas que, gracias a la imaginación, se
suceden constantemente unas a otras.
Nosotros
necesitamos de este entrenamiento, de una educación en la infancia, mientras
que los animales son superiores en este estadio inicial al estar dotados de
suficiente instinto y un cuerpo capaz de hacerles sobrevivir por sí mismos.
Esto puede verse perfectamente en que todo animal, sin importar su edad, teme
al fuego puesto que sabe que este le daña, por lo tanto le aterra ver que su
vida peligra, un niño, sin embargo alargará su mano para tratar de tocar la
llama que brilla y atrae su atención. Es esta misma curiosidad innata una lacra
a la hora de desenvolverse de manera autosuficiente en un entorno hostil. Al carecer
los animales también de educación no tienen prejuicios que les impidan llevar
su vida correctamente. Es curioso como la naturaleza nos hizo para estar por
debajo de los animales y la educación, paradójicamente nos llena de prejuicios
y, sin embargo, nos eleva por encima de ellos.
Todo lo que
pasa en el cuerpo influye de este modo en el alma, las alteraciones físicas
como la enfermedad, las amputaciones, el embarazo o, incluso, la menstruación,
la comida ingerida, las sensaciones como las de dolor o las relacionadas con la
temperatura, la edad y, por supuesto, la genética. De la que en esa época tan
solo se tienen vagas nociones.
Hablando del
cuerpo, se dice que en el corazón humano aparece grabada la distinción entre el
Bien y el Mal. ¿Es esto cierto? Para La Mettrie, desde luego, no lo es. Si bien
el hombre reconoce por su conciencia lo que está mal y esto le provoca
remordimientos los animales también sufren de estos remordimientos, como vemos
en el caso del perro que muerde al amo y siente esa necesidad de disculparse
después con él. ¿De dónde nace esa disculpa si no del remordimiento? ¿Y no nace
este remordimiento de la conciencia? Y, claro está ¿no nace la conciencia de la
moral, de la capacidad para discernir entre el Bien y el Mal? No existe, por
tanto, alma ni sustancia sensitiva sin remordimientos.
En este
sentido somos muy semejantes a los animales, o ¿acaso somos todos capaces de
distinguir entre vicios y virtudes? ¿Entre lo placentero y lo doloroso? ¿No
busca tanto el hombre como el animal su propia felicidad?
Por supuesto
no somos tan sólo similares a los animales en este “principio moral” sino que
también nos igualamos a ellos en el mismo acto reproductivo, idéntico en otros
mamíferos en su proceso y similar en el resto de animales en cuanto a
resultado.
Pero, sin
embargo, los animales de una misma especie son capaces de convivir en paz
mientras que el hombre, pese a tener sus necesidades cubiertas, lucha contra
sus propios hermanos, como bien hemos visto en las guerras que han sacudido
todo nuestro mundo a lo largo de la historia. Sin duda no hemos sido amasados
con un material mejor, ni superior, al de los animales, en todo caso es a la
inversa.
Anteriormente
se mencionó que toda materia está sujeta a una Ley natural, tanto los humanos
como los animales estamos sometidos a esta misma ley común al estar
constituidos por materia, esta ley dice que la materia por la cual estamos
formados es capaz de distinguir entre placer y repugnancia, por tanto distingue
vicio de virtud, y busca siempre el placer por encima de la repugnancia, la
virtud por encima del vicio, en suma: la felicidad.
Pero,
entonces al ser los vicios y las virtudes algo inherente a la materia ¿no serían
hereditarias puesto que de padres a hijos se transmite parte de materia? En
este razonamiento ya podemos apreciar cómo, poco a poco, la genética va
cobrando una mayor importancia en el pensamiento científico y filosófico, si
estas virtudes y vicios pueden ser, en parte, hereditarias, la teoría de la Tabla rasa quedaría, por completo,
anulada.
La Mettrie
nos dice que, puesto que todos tenemos capacidad para distinguir lo que está
bien de lo que está mal y que tanto hacer el bien, como reconocer el que se
recibe, nos aporta placer en el ejercicio de la virtud, aquellos de voluntad
depravada, incapaces de reconocer esta virtud puesto que están desprovistos de
ella, bastante castigo tienen con los remordimientos de su conciencia al
realizar actos dañinos. Tarde o temprano incluso los criminales que hayan
placer en sus actos tarde o temprano son también castigados por su propia
conciencia. De este modo no existe para ellos mayor castigo que el estar
privados de la virtud y, con ella, de todos los placeres que esta acarrea
consigo.
Cada ser
tiene una porción, mayor o menor, de Ley natural, de este sentimiento que nos
enseña lo que deberíamos hacer y lo que no, puesto que no nos gustaría que se
nos hiciera a nosotros. Esta Ley natural debería ser, para el autor, la única “religión”.
Por supuesto,
concluye, absolutamente todo depende de la diversidad de la organización de la
materia que conforma a los seres vivos. No sabemos qué ocurre tras la muerte,
desconocemos que nos aguarda tras esa negra puerta que tan solo (por el
momento) puede cruzarse en un único sentido, pero una máquina inmortal, un perpetuum mobile no es más que una
quimera y una ilusión. Nuestra alma, que ya ha quedado suficientemente claro
con lo anteriormente expuesto que no es más que nuestra mente, es demasiado
limitada para comprender lo infinito, el principio de todas las cosas y lo que
se encuentra tras el final de las mismas. El hombre no es más que una máquina y
en todo el universo no hay más que una sustancia, la cual aparece modificada y
estructurada de diversas (y quizás infinitas) formas.
Pero ante
esto no debemos desanimarlos, puesto que la naturaleza nos ha creado para ser
felices, para la búsqueda del placer y, con ello, para la satisfacción. Como dirá
Goethe en su Fausto “En el principio fue la acción” y no
precisamos saber nada más.