“¡Piensa por
ti mismo!” “¿Es que no sabes hacer las cosas por ti mismo?” “Debes creer en ti
mismo.” Una y otra vez este añadido del “ti
mismo” se repite en nuestro día a día, forma parte por completo de nuestra
forma de hablar y expresarnos. El lema de la ilustración: Sapere aude, atrévete a saber, a conocer, por ti mismo también
poseía esta carga.
Podemos preguntarnos:
¿Dónde reside ese en-mí-mismo? ¿Qué es exactamente ese “yo”?
Sería absurdo
plantearse la existencia de ese yo-mismo si contemplamos que no somos más que
el mero resultado de nuestras circunstancias, tanto sociales como económicas e,
incluso, biológicas. Sin duda podríamos quedarnos con esto y desechar al
yo-mismo, quedando esto como una mera expresión. En este caso a la pregunta
sobre la residencia de este ser-en-sí-mismo quedaría zanjada con un: No reside,
directamente no existe siquiera.
¿Estamos,
pues, huecos en cierto modo? ¿Qué es lo que nos hace realmente especiales y
únicos como individuos? Existe, por supuesto, una respuesta de carácter
científico a esta última pregunta: la genética. Cada uno de nosotros posee un
código genético único para sí, un código irrepetible, sí, que viene condicionado
por la herencia. Es este auge científico que venimos “sufriendo” el responsable
de la pérdida de este “yo mismo”, se han perdido las esencias, todo ha
quedado reducido a la materia. No somos más que reacciones químicas, físicas,
movimiento de fluidos, impulsos eléctricos… El ser humano ha quedado como una
máquina, a un amasijo de huesos, tendones y músculos sin un fin determinado más
que moverse, desde el momento de su nacimiento, hasta la muerte.
Se han
perdido todas las esencias, las cosas son meras apariencias medibles, cuantificables
y que se corresponden con cálculos y fórmulas de carácter matemático
empíricamente demostrables. Hemos quedado reducidos al número. Podemos ser perfectamente
predichos, somos manipulables en forma de número, hemos perdido toda
individualidad.
Antes era la
Ciencia quien nos arrancaba la parte espiritual y, ahora, la sociedad nos
arranca la parte material, nos saca los huesos, nos arranca las vísceras y nos
despoja de todo nuestro interior, nos reduce a máscaras de piel huecas y, con
ello, al número. Uno ya no es un ser completo, ha perdido su “sí mismo”,
después de eso tampoco es una máquina completa, puesto que ha perdido su “corporeidad”
en favor del número.
En cierto
modo hemos pasado por una transición del “yo mismo” al “nosotros mismos”,
puesto que al ser parte del número somos parte, con ello, de la sociedad. Uno
ya no se pertenece a sí mismo, ahora es compartido por el resto de individuos y
este, a su vez, comparte a los demás individuos.
En suma:
Partimos de un individuo completo, un ser que consta de espiritualidad (que no
espíritu) y materia, esta espiritualidad se verá pulverizada por el auge de las
ciencias y del racionalismo pasando a quedar sólo la materia. Finalmente los
tiempos modernos harán que esta materialidad se pierda, casi a la par que la
espiritualidad, pasando a ser este individuo un número más, perfectamente cuantificable,
medible, sopesable, predecible y manipulable.
Hablábamos
antes del individuo hueco, vacío, ahora nos encontramos con seres hechos de
vacío, de nada. Ya no estamos ante el vacío, enorme, inabarcable, inenarrable y
aterrador, no nos encontramos ante esa inmensa vastedad inefable, ahora somos
parte de ella. ¿Cómo puede uno salir de esta situación? ¿Cómo podemos volver a
corporeizarnos, a estar completos? Buscando en nuestro interior los restos del “yo
mismo”, juntando los pedazos que la sociedad y el racionalismo no hayan
pulverizado y tratar de reunirlos de nuevo lo mejor posible. Por el contrario
también podemos recrearnos en la vastedad de este vacío, nadar en él
desprovistos de esencia y sustancia, disfrutar de esta ligereza que uno siente
cuando pierde todo rastro de sí mismo.
En nuestra
mano está el buscar completarnos o el terminar de vaciarnos, arrojarnos a la
nada de la que salimos y aprovechar nuestros últimos días sumergidos en ella…
bueno, quizás esto no sea tan malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario