viernes, 18 de marzo de 2016

Temporalitá.

Muchas veces nos hemos preguntado acerca del Tiempo, generalmente las preguntas se refieren a la cantidad del mismo, cosas cómo ¿Cuánto tiempo queda para x? o ¿Cuánto tiempo me queda de x? y, una muy curiosa, ¿Cuánto tiempo me queda/ queda para x? En esta última afirmamos poseer esta temporalidad de la que somos dueños, aquí ya adivinamos, en nuestro hablar cotidiano, sin tener que entrar en graves consideraciones metafísicas, que nuestra temporalidad nos es propia, tan propia como nuestra vida.

 Aquí vemos que tenemos tiempo, nos pertenece un puñado de arena de éste gran reloj en relación al cual vivimos. No vemos el tiempo como tal, pero podemos percibir cómo este pasa y los efectos que tiene, al igual que ocurre con nuestra vida, no podemos verla como tal, no accedemos a ella plenamente –puesto que no estamos plenos hasta que todas nuestras experiencias han finalizado y morimos-, pero sentimos su transcurrir y somos capaces de apreciar sus efectos, todos estos “efectos secundarios de estar vivos”.

Hemos visto que con respecto al Tiempo la pregunta más frecuente es en relación a un cuándo, pero también pueden hacerse otras, la que le sigue en el orden de las más comunes es la del qué. ¿Qué es el tiempo? Aquí afirmamos que el tiempo es algo susceptible de ser algo en cierto modo tangible, dirigimos la pregunta al tiempo-mismo, lo marcamos como objetivo con un qué y lo cosificamos al encadenarlo a este qué. Aquí ya lo estamos tratando como cosa.

 Pero ¿podemos cosificar algo así? ¿por qué cosificamos algo tan inabarcable como el tiempo, o la vida? Es tanto nuestro miedo a algo tan grande que tratamos de contenerlo, de delimitarlo como si de conceptos platónicos se tratare, lo encapsulamos dentro de un perímetro, lo intraeidético, en este caso el tiempo, sería infinito, pero un infinito contenido dentro de un qué, dentro de un algo. La respuesta es sencilla: Nosotros somos el tiempo, el existente es un ser temporal, su vida depende del tiempo mismo, pero a su vez este tiempo también es dependiente de la vida. Se "es" en un lugar, pero cuando se "es" se "es" tiempo. Sin vida no habría tiempo, puesto que no habría seres para medirlo, y sin tiempo no habría vida, ya que no habría una temporalidad en la que esta pudiera suceder. Esta dependencia, como bien podemos apreciar, no es una dependencia jerarquizante que busque ordenar o colocar un concepto sobre otro, se trata más bien de una co-dependencia. Uno precisa del otro y viceversa.

Vayamos más allá, tenemos el cuánto, la cantidad, y también tenemos el qué, la cosa. Por tanto ya podemos jugar y tratar con “cantidades de cosas”, cantidades de tiempos o cantidades de temporalidades, que no es lo mismo. Y ahora ¿dónde es el tiempo? Es decir, ¿precisa éste de un lugar en el que existir como tal?

 Bien, no precisa de un espacio físico en el que poder incidir, como un rayo de sol a través de un cristal, no necesita de una materialidad para ejercerse a sí mismo. El tiempo transcurre de forma contable (¿Cuánto tiempo?) pero no matematizable. Podemos definir las coordenadas x, y, z, pero no podemos definir el tiempo, el tiempo no se encuentra en un ahí físico. En la matemática también vemos como los números se suceden de una forma intemporal, el 2 viene tras el 1 y antes que el 3, pero esto es sólo estructuralmente, no tiene por qué ser temporalmente. El 3 puede darse como resultado de restar 4 a 7 y no necesariamente después de haberse dado el 2. El tiempo no necesita de un espacio en el que proyectarse para definirse.

Cuánto, qué y dónde. ¿Cómo es, entones, el tiempo? Podemos intuir un interrogante por el cómo este se nos da o cómo este se nos aparece, es decir, diferenciando entre el modo de darse del mismo o la apariencia de éste. La última podemos descartarla, puesto que el tiempo no es un ente material, puede ser cosificado como idea, pero no materialmente.

 Sólo podemos preguntarnos por cómo este tiempo se nos da, esto ya es algo propio de cada individuo como ya ha quedado claro que cada individuo es temporalidad, una temporalidad tan propia como su vida, igual que la respuesta por el cómo se nos da la vida, el cómo del darse del tiempo se responde sólo con la subjetividad, no es algo objetivable. Cuando estoy esperando el metro esta espera puede hacérseme eterna y, debido a factores externos como cansancio, hambre, frío, etcétera, esta espera puede antojárseme mayor. Quizás haya pasado el mismo tiempo, o menos, que cuando me estuve divirtiendo antes de tomarlo, probablemente haya pasado muchísimo tiempo menos, pero esta espera se me hace mucho más pesada que cuando estaba, no esperando al tiempo, sino viviéndolo. Vemos que el tiempo es algo que está proyectándose constantemente hacia el futuro y puede apreciarse volviendo la vista atrás, hacia el pasado, pero por desgracia el presente no es muy vívido. Esto es debido a nuestra preocupación por vivir en relación a una proyección, vivimos eyectados, arrojados hacia la temporalidad, vivimos marcándonos metas en relación a este futuro que se nos antoja más o menos lejano, no sólo debido a que las manecillas del reloj deban dar más o menos vueltas para alcanzar el día deseado, sino en relación a las ganas, a la impaciencia, porque ese día llegue.

Hagamos inventario de lo que hemos tratado ya, en primer lugar fue el cuánto, después el qué, luego el dónde y ahora el cómo. Podría parecer que nuestro análisis ha concluido, pero nos falta algo quizás tan retorcido que podría pasar por alto en un análisis no demasiado minucioso de nuestro ya mencionado inventario de interrogantes. Así es, nos falta quizás una de las más decisivas de todas las preguntas sobre el tiempo ¿Cuándo es el tiempo? Vaya, puede dejarnos descolocados el tratar de acceder a lo que es la temporalidad desde la misma temporalidad, formulando el cuándo, que ya es por sí dependiente de un tiempo, para acceder a ese tiempo.

 Nos encontramos en arenas movedizas, podemos decir que el tiempo no precisa de un cuándo para ser tiempo, ya que es él mismo quien se da esa temporalidad y, por ende, no es necesaria una inter-intemporalidad entre el tiempo y la existencia, no se precisa de una segunda temporalitá catalizadora que permita el correcto discurrir del tiempo, como un agente engrasante en los engranajes de un reloj. Hemos asociado el tiempo a la vida, pero existe una salvedad entre lo que es nuestra vida y lo que es la temporalidad, nuestra vida es finita, tiene su inicio y su final, nuestra temporalidad también lo es, nacemos y más tarde o más temprano morimos, lo nuestro es finito, el tiempo mismo no lo es, la vida misma no lo es. Cuando no estemos aquí nuestro tiempo y nuestra vida habrán tocado a su fin, aquí podemos preguntarnos por cuándo vivimos, entonces podemos responderlo: aquí. No podemos responder a ¿cuándo es el tiempo? Porque el tiempo es siempre.

Cuando preguntamos por el tiempo preguntamos por nosotros mismos, preguntamos cuánto nos queda, nos queda de nuestro tiempo, nos preguntamos por qué es, qué es nuestro tiempo, también nos interrogamos acerca de dónde es el tiempo, si es posicionable o no, acto seguido nos hemos inquirido por cómo es este tiempo, tiempo nuestro, por supuesto, y, finalmente, la pregunta ha sido ¿cuándo es el tiempo? Tenemos, pues, que distinguir lo que es nuestra existencia, nuestra vida, es decir, nuestro tiempo de lo que es el tiempo mismo, la vida misma, es decir, la existencia misma.


 A modo de reflexión final podemos deducir que el tiempo mismo es inaccesible, pero es inaccesible porque no se encuentra en ningún lugar al que seamos capaces de acceder, el tiempo no "está ahí", es siempre una proyección hacia el futuro que pasa a ser un abandono en el pasado. Proyectamos tanto nuestra vida y miramos tanto la vida que dejamos atrás que no vivimos la que ahora tenemos. 
Podemos aspirar, por otra parte, a acceder al tiempo que nos pertenece, a nuestro tiempo, nuestra vida. Podemos vivir en lugar de proyectar esta vida, debemos ser en cuanto a acto en lugar de en cuanto a potencia, abandonamos el presente en pos del futuro y lo descuidamos al lamentarnos por lo pasado.