Muchas
veces nos hemos preguntado acerca del Tiempo, generalmente las preguntas se
refieren a la cantidad del mismo, cosas cómo ¿Cuánto tiempo queda para x? o ¿Cuánto
tiempo me queda de x? y, una muy curiosa, ¿Cuánto tiempo me queda/ queda para x? En esta última afirmamos
poseer esta temporalidad de la que somos dueños, aquí ya adivinamos, en nuestro
hablar cotidiano, sin tener que entrar en graves consideraciones metafísicas,
que nuestra temporalidad nos es propia, tan propia como nuestra vida.
Aquí
vemos que tenemos tiempo, nos pertenece un puñado de arena de éste gran reloj
en relación al cual vivimos. No vemos el tiempo como tal, pero podemos percibir
cómo este pasa y los efectos que tiene, al igual que ocurre con nuestra vida,
no podemos verla como tal, no accedemos a ella plenamente –puesto que no
estamos plenos hasta que todas nuestras experiencias han finalizado y morimos-,
pero sentimos su transcurrir y somos capaces de apreciar sus efectos, todos
estos “efectos secundarios de estar vivos”.
Hemos
visto que con respecto al Tiempo la pregunta más frecuente es en relación a un cuándo, pero también pueden hacerse
otras, la que le sigue en el orden de las más comunes es la del qué. ¿Qué
es el tiempo? Aquí afirmamos que el tiempo es algo susceptible de ser algo
en cierto modo tangible, dirigimos la pregunta al tiempo-mismo, lo marcamos
como objetivo con un qué y lo cosificamos
al encadenarlo a este qué. Aquí ya lo estamos tratando como cosa.
Pero
¿podemos cosificar algo así? ¿por qué cosificamos algo tan inabarcable como el
tiempo, o la vida? Es tanto nuestro miedo a algo tan grande que tratamos de
contenerlo, de delimitarlo como si de conceptos platónicos se tratare, lo
encapsulamos dentro de un perímetro, lo intraeidético,
en este caso el tiempo, sería infinito, pero un infinito contenido dentro de un
qué, dentro de un algo. La respuesta
es sencilla: Nosotros somos el tiempo, el existente es un ser temporal, su vida
depende del tiempo mismo, pero a su vez este tiempo también es dependiente de
la vida. Se "es" en un lugar, pero cuando se "es" se
"es" tiempo. Sin vida no habría tiempo, puesto que no habría seres
para medirlo, y sin tiempo no habría vida, ya que no habría una temporalidad en
la que esta pudiera suceder. Esta dependencia, como bien podemos apreciar, no
es una dependencia jerarquizante que busque ordenar o colocar un concepto sobre
otro, se trata más bien de una co-dependencia. Uno precisa del otro y
viceversa.
Vayamos
más allá, tenemos el cuánto, la
cantidad, y también tenemos el qué,
la cosa. Por tanto ya podemos jugar y tratar con “cantidades de cosas”,
cantidades de tiempos o cantidades de temporalidades, que no es lo mismo. Y
ahora ¿dónde es el tiempo? Es decir,
¿precisa éste de un lugar en el que existir como tal?
Bien, no
precisa de un espacio físico en el que poder incidir, como un rayo de sol a
través de un cristal, no necesita de una materialidad
para ejercerse a sí mismo. El tiempo transcurre de forma contable (¿Cuánto
tiempo?) pero no matematizable. Podemos definir las coordenadas x, y, z, pero
no podemos definir el tiempo, el tiempo no se encuentra en un ahí físico. En la
matemática también vemos como los números se suceden de una forma intemporal,
el 2 viene tras el 1 y antes que el 3, pero esto es sólo estructuralmente, no
tiene por qué ser temporalmente. El 3 puede darse como resultado de restar 4 a
7 y no necesariamente después de haberse dado el 2. El tiempo no necesita de un
espacio en el que proyectarse para definirse.
Cuánto, qué y dónde. ¿Cómo es, entones, el tiempo? Podemos
intuir un interrogante por el cómo este se nos da o cómo este se nos aparece,
es decir, diferenciando entre el modo de darse del mismo o la apariencia de
éste. La última podemos descartarla, puesto que el tiempo no es un ente
material, puede ser cosificado como idea, pero no materialmente.
Sólo
podemos preguntarnos por cómo este tiempo se nos da, esto ya es algo propio de
cada individuo como ya ha quedado claro que cada individuo es temporalidad, una
temporalidad tan propia como su vida, igual que la respuesta por el cómo se nos
da la vida, el cómo del darse del tiempo se responde sólo con la subjetividad,
no es algo objetivable. Cuando estoy esperando el metro esta espera puede
hacérseme eterna y, debido a factores externos como cansancio, hambre, frío,
etcétera, esta espera puede antojárseme mayor. Quizás haya pasado el mismo
tiempo, o menos, que cuando me estuve divirtiendo antes de tomarlo,
probablemente haya pasado muchísimo tiempo menos, pero esta espera se me hace
mucho más pesada que cuando estaba, no esperando al tiempo, sino viviéndolo.
Vemos que el tiempo es algo que está proyectándose constantemente hacia el
futuro y puede apreciarse volviendo la vista atrás, hacia el pasado, pero por
desgracia el presente no es muy vívido. Esto es debido a nuestra preocupación
por vivir en relación a una proyección, vivimos eyectados, arrojados hacia la
temporalidad, vivimos marcándonos metas en relación a este futuro que se nos
antoja más o menos lejano, no sólo debido a que las manecillas del reloj deban
dar más o menos vueltas para alcanzar el día deseado, sino en relación a las
ganas, a la impaciencia, porque ese día llegue.
Hagamos
inventario de lo que hemos tratado ya, en primer lugar fue el cuánto, después el qué, luego el dónde y
ahora el cómo. Podría parecer que
nuestro análisis ha concluido, pero nos falta algo quizás tan retorcido que
podría pasar por alto en un análisis no demasiado minucioso de nuestro ya
mencionado inventario de interrogantes. Así es, nos falta quizás una de las más
decisivas de todas las preguntas sobre el tiempo ¿Cuándo es el tiempo? Vaya, puede dejarnos descolocados el tratar
de acceder a lo que es la temporalidad desde la misma temporalidad, formulando
el cuándo, que ya es por sí dependiente de un tiempo, para acceder a ese
tiempo.
Nos
encontramos en arenas movedizas, podemos decir que el tiempo no precisa de un
cuándo para ser tiempo, ya que es él mismo quien se da esa temporalidad y, por
ende, no es necesaria una inter-intemporalidad entre el tiempo y la existencia,
no se precisa de una segunda temporalitá
catalizadora que permita el correcto discurrir del tiempo, como un agente
engrasante en los engranajes de un reloj. Hemos asociado el tiempo a la vida,
pero existe una salvedad entre lo que es nuestra vida y lo que es la
temporalidad, nuestra vida es finita, tiene su inicio y su final, nuestra
temporalidad también lo es, nacemos y más tarde o más temprano morimos, lo nuestro es finito, el tiempo mismo no lo
es, la vida misma no lo es. Cuando no estemos aquí nuestro tiempo y nuestra
vida habrán tocado a su fin, aquí podemos preguntarnos por cuándo vivimos,
entonces podemos responderlo: aquí.
No podemos responder a ¿cuándo es el tiempo? Porque el tiempo es siempre.
Cuando
preguntamos por el tiempo preguntamos por nosotros mismos, preguntamos cuánto nos queda, nos queda de nuestro
tiempo, nos preguntamos por qué es,
qué es nuestro tiempo, también nos interrogamos acerca de dónde es el tiempo, si es posicionable o no, acto seguido nos hemos
inquirido por cómo es este tiempo,
tiempo nuestro, por supuesto, y, finalmente, la pregunta ha sido ¿cuándo es el tiempo? Tenemos, pues, que
distinguir lo que es nuestra existencia, nuestra vida, es decir, nuestro tiempo
de lo que es el tiempo mismo, la vida misma, es decir, la existencia misma.
A modo
de reflexión final podemos deducir que el tiempo mismo es inaccesible, pero es
inaccesible porque no se encuentra en ningún lugar al que seamos capaces de
acceder, el tiempo no "está ahí", es siempre una proyección hacia el
futuro que pasa a ser un abandono en el pasado. Proyectamos tanto nuestra vida
y miramos tanto la vida que dejamos atrás que no vivimos la que ahora tenemos.
Podemos aspirar, por otra parte, a acceder al tiempo que nos pertenece, a
nuestro tiempo, nuestra vida. Podemos vivir en lugar de proyectar esta vida,
debemos ser en cuanto a acto en lugar
de en cuanto a potencia, abandonamos el presente en pos del futuro y lo
descuidamos al lamentarnos por lo pasado.