Justo
sería el iniciar en análisis de uno de los textos del pensador Karl Marx
comenzando por una biografía del autor. Karl Heinrich Marx nació en Tréveris,
el 5 de mayo de 1818, una ciudad de la Prusia renana. Su familia, de clase
media, tenía un origen judío, pero se convirtió al luteranismo en el año 1824,
esta conversión la inició su padre, Heinrich Marx, el cual trabajaba como
abogado en la ciudad de Tréveris.
Allí
fue donde Marx inició sus estudios básicos y cursó Bachillerato para después
iniciar su formación universitaria en Bonn, formación que continuaría en las
universidades de Berlín y Jena, en esta última se doctoró en filosofía en 1841
con una tesis sobre la filosofía de Epicuro. Será, sin embargo, en Berlín donde
entre en contacto con un grupo de jóvenes hegelianos, ya que era el pensamiento
predominante en aquella ciudad, allí pasará a hacerse socio de un club llamado El Club de Doctores (Doktorklub), donde trabará amistad con
Bruno Bauer, uno de los miembros destacados.
Llegado
el año 1843 Marx se casa con la joven Jenny von Westphalen, perteneciente a la
nobleza prusiana y cuyo hermano sería Ministro de Interior en uno de los
periodos más reaccionarios, esto es tras la revolución de 1848. El padre de Jenny
inició a Marx en su interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución
francesa y, a su vez, por los primeros pensadores socialistas. Marx se
convirtió en un demócrata radical y pasó a trabajar como profesor y periodista
hasta que sus ideas políticas le obligaron a dejar Alemania e instalarse en
París. La revista en la que trabajaba se verá censurada y clausurada por las
autoridades en 1843, por ello Marx, junto con su esposa Jenny, se traslada a
París, buscando cobijo tras la frontera gala.
Una
vez instalado comienza a colaborar con Arnold Ruge en “Los anales franco-alemanes” revista de la que tan sólo verá la luz
el primer número, donde se verá publicada su “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho” (Crítica donde, por
vez primera, compara a la religión como el opio del pueblo: “La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria
real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura
oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu
de una época privada de espíritu. Es el
opio del pueblo.”[1]) En París toma contacto también con el
movimiento socialista francés, a través de las figuras de Proudhon y Louis
Blanc, dos de los líderes de dicho movimiento, será también cuando conozca al
anarquista ruso Bakunin e inicie sus estudios de la economía política inglesa,
estudiando principalmente a Adam Smith y a Ricardo. Esto supondrá un giro
significativo en su pensamiento.
La llegada en 1844 de Friedrich Engels a
París, procedente de Inglaterra, hará que ambos pensadores retomen el contacto
perdido entre ellos e inicien una colaboración duradera que comenzará a ver sus
frutos un año más tarde, publicándose “La
sagrada familia” en 1845, una obra que será crítica y contraria con
respecto a las posiciones idealistas defendidas por Bruno Bauer, así como por
sus seguidores.
Nuevamente, ese mismo año, Marx se ve
expulsado de su hogar para ir a parar a Bruselas donde encontrará cobijo para
continuar sus actividades políticas e intelectuales, que darán frutos como las
conocidas “Tesis sobre Feuerbach” y
en su otra colaboración con Engels “La
ideología alemana”, que no será publicada hasta el año 1932, pero donde se
ven ya contenidos los elementos principales de la concepción materialista de la
historia.
En 1847 se asocia a la Liga Comunista, donde
redactará los principios y objetivos de dicha Liga en estrecha colaboración con
Engels, dichos principios y objetivos serán reconocidos en el archiconocido “Manifiesto comunista”, publicado en
Londres en el año 1848. Ese año también se ve salpicado por una oleada
revolucionaria que atraviesa Europa. En Bélgica se temía el éxito de la revolución
y Marx será expulsado, sin contemplaciones, de la ciudad de Bélgica. Pondrá
rumbo a Francia, invitado por el gobierno provisional. Más tarde, junto con
Engels, decidirá regresar a Alemania, concretamente a Colonia, para participar
en la revolución que allí se producía y que se saldará con un fracaso, allí
editará la “Neue Rheinische Zeitung”
por la que será puesto ante los tribunales de justicia, donde será juzgado y
absuelto.
Nuevamente se trasladará a París tras la
derrota de las insurrecciones de mayo de 1849, sin embargo será nuevamente
expulsado de la ciudad por lo que se ve obligado a trasladarse a Londres, donde
termina estableciendo su residencia, aun así la abandonará esporádicamente para
realizar algunos viajes a Alemania y a Francia por motivos de salud y
familiares. Será en Londres donde desarrolle la mayor parte de su obra escrita.
Desgraciadamente su dedicación a la causa socialista le acarreará graves
dificultades económicas, pero gracias a la ayuda de su amigo Engels será capaz
de superarlas.
Como hemos mencionado anteriormente,
nuevamente establecido, Marx desarrolla una intensa, y extensa, actividad
intelectual en Londres. Prácticamente pasaba la mayor parte del día trabajando
en la biblioteca del Museo Británico, será aquí- en la ciudad de Londres- donde
culmine con su obra cumbre “El Capital”,
y donde colabore también en el “New-York
Tribune”. Sus trabajo sobre economía dan su fruto cuando publica en 1859 la
“Contribución a la crítica de la Economía
política”, donde se verá su teoría del valor, la piedra angular que
soportará todos sus estudios sobre el capital. No por ello dejará su actividad
política en el movimiento comunista internacional al margen, participará, en
1868, en la creación de la AIT, la Asociación Internacional de Trabajadores,
conocida también como la Iª Internacional. En el seno de dicha asociación se
gesta el conflicto debido a las divergencias de los distintos grupos que la
constituían, tanto los anarquistas como los socialistas franceses y alemanes,
estas divergencias se centraban, sobre todo, al respecto de la hegemonía del
Consejo General. Toda esta confrontación se saldará con un fracaso político
para Marx al no conseguir este imponer su tesis sino formalmente, conseguirá,
al menos, que la sede de la Internacional sea trasladada a Nueva York gracias
al poder del que aún gozaba.
El primer tomo de su obra “El Capital” se publicará en 1867, los
dos volúmenes que restan serán publicados por Engels póstumamente en 1885 y
1894. Marx escribe “La guerra civil en
Francia” y organiza manifestaciones de apoyo tras la revolución de la
Comuna de París en 1871, en su obra se interpretará a la Comuna como el primer
intento de establecer una dictadura del proletariado.
La vida de Marx tocará a su fin el 14 de
Marzo de 1883, un año más tarde del fallecimiento de su esposa, y sus restos
pasarán a descansar en el cementerio de Highgate, en Londres.
Sin embargo Marx seguirá ejerciendo su
influencia a través de sus discípulos alemanes como August Bebel o Wilhelm
Liebknecht, los cuales serán figuras con un gran peso en el Partido
Socialdemócrata Alemán desde su fundación en 1875, este partido será el dominante
en la Segunda Internacional, creada bajo inspiración profundamente marxista,
que será fundada en 1889. Engels asumirá el liderazgo moral de este movimiento
y su influencia ideológica, junto con la de Marx, seguirá influyendo incluso
durante todo el siglo venidero.
Podemos seguir analizando la influencia que
tendrá el pensamiento de Marx ahora que conocemos su origen, este pensamiento
se asienta en una crítica al socialismo anterior, socialismo que Marx calificó
de utópico pese a tomar de él muchos elementos de su pensamiento. Este
socialismo “utópico” venía a imaginarse cómo sería la sociedad perfecta del
futuro y que, esta sociedad vería su cambio siguiendo el modelo de ciertas
comunidades más avanzadas y conscientes de la necesidad del cambio, de este
modo el mundo sería llevado “de la mano” a un estado perfecto e ideal.
En contraposición a este socialismo el que
Marx y Engels desarrollarán será un socialismo científico, basado en una
crítica sistemática al orden establecido (tanto a su estructura como a su súper
estructura) y el descubrimiento de ciertas leyes objetivas que llevaran a la
superación de este orden. La forma de acabar con esta sociedad burguesa no
sería otra que la fuerza de la revolución, más allá de toda reforma paulatina y
convencimiento gradual y pacífico. Estas ideas serán plasmadas en el “Manifiesto Comunista”.
Debido a que Marx quería evitar caer en
utopías e idealismos no hizo más que esbozar el modo en que el Estado debería
organizarse y cómo debería ser la economía socialista una vez se hubiera
conquistado el poder. Esta carencia de definición, con el fin de evitar caer en
ensoñaciones idealistas, dio lugar a interpretaciones muy diversas entre sus
seguidores. Estos adeptos terminaron por escindirse en diversas ramas, distinguiéndose
principalmente dos:
La rama socialdemócrata, orientada cada vez
más a una lucha de carácter parlamentario y a la defensa de mejoras graduales,
siempre salvaguardando y preservando las libertades políticas de cada
individuo, sus máximos representantes serían Karl Kautsky, Eduard Bernstein y
Friedrich Ebert.
Y una rama comunista, que será la que dará
lugar a la Revolución bolchevique en Rusia y llevará al establecimiento de
Estados socialistas que tendrán una economía planificada y una dictadura llevada
a cabo por un partido único. En la URSS los representantes de esta ideología
serán Lenin y Stalin, mientras que Mao Tse-tung será quien lleve a cabo este
modelo en China.
Sin embargo, desgraciadamente, el pensamiento
de Marx ha sido, sin ninguna duda, manipulado y tergiversado a lo largo de la
historia y ha llegado a nuestro tiempo empapado en un tinte hediondo con el
que, por supuesto, el estado capitalista en el que vivimos ha tenido a bien
cubrir la figura de este pensador, sin duda como una forma de preservarse de
él.
¿Qué es lo que ha llegado a nuestros días a
cerca de la figura de Marx? Este pensador político y filosófico se nos presenta
como uno de los adalides y fundadores del comunismo, como la inspiración de
Lenin y Stalin, es asociado a un comunismo que, desde luego, si Marx viviese
tacharía de burdo, vulgar y grosero, en resumen: mal entendido. Se hacen
continuas referencias a Marx, tanto en la prensa como en los discursos, libros
y artículos escritos tanto por profanos como por verdaderos estudiosos y doctos
en la materia. Pero el pensamiento de Marx, al menos hoy día, está plagado de
numerosas malinterpretaciones, ojear un artículo de prensa (por ejemplo) en el
que se haga referencia tanto a Marx como al comunismo con el que se le asocia,
es un ejercicio similar al de pasearse por un campo de minas.
Se considera que Marx, simplemente,
pretendía, descuidando su verdadera importancia, un individuo bien vestido,
bien alimentado y que descuidase las necesidades espirituales, sin comprenderlas
y despreciándolas por entero. Se dice del pensador que buscaba un individuo
“desalmado”. Esto es un error, como también lo es asociar a Marx a la imagen
del “paraíso” socialista en el que los hombres son sometidos a una aplastante
burocracia todopoderosa y estatal, los hombres- aquí - son meros individuos que
han renunciado a su libertad en pos de alcanzar una igualdad, transformados en
autómatas uniformados, marionetas que bailan al compás de seres amorfos y
opulentos, una pequeña élite de burócratas que los hacen danzar a su antojo.
Es un disparate considerar esta idea, esta
tendencia antiespiritualista y esta búsqueda de la uniformidad y la
subordinación como propia de Marx. El fin que él buscaba no era otro sino la
emancipación espiritual del hombre, su ruptura con las cadenas del determinismo
económico que hacen presa de sus manos y pies, la búsqueda de la armonía con
uno mismo, con sus semejantes y con la naturaleza, la búsqueda de la
restitución a la totalidad humana. Esta es la verdadera idea de Marx. Una idea
que tiende a la plena realización del individualismo, un fin que ya blandía en
su mano las riendas del pensamiento occidental desde el Renacimiento y la
Reforma hasta el siglo XIX.
Es terriblemente curioso que esta figura
caricaturizada y tergiversada de la sociedad que Marx buscaba, una sociedad
compuesta por hombres que no son hombres, sino meras mercancías, eslabones que
conforman entre todos la gigantesca cadena que los aprisiona y los mantiene
atados y unidos entre sí, hombres vacíos y más que huecos llenos de nada, esta
sociedad no es sino otra que la sociedad capitalista en la que vivimos hoy día.
Una sociedad en la que la única aspiración del individuo es atesorar cada vez
una mayor cantidad de capital para satisfacer necesidades que no son realmente
suyas, sino que han sido creadas por el propio sistema que se retroalimenta.
Este Estado no sólo hace al individuo, además sea segura de que el individuo
sea el que perpetúa este Estado mismo definiendo así los núcleos familiares
(establecimiento de la familia “clásica”, relaciones monógamas, etc.) para
garantizar su supervivencia. Esta ironía ya la advirtió Erich Fromm y dejó
constancia de ella en su obra “Marx y su
concepto del hombre”: “…quiero acentuar la ironía existente en el hecho de que
la descripción que se hace del propósito de Marx y del contenido de su visión
del socialismo corresponda casi exactamente a la realidad de la sociedad
capitalista occidental de nuestros días.”[2]
La malinterpretación de Marx se basa en que
su pensamiento es de carácter materialista, dicen sus detractores que este
materialismo no es otra cosa que la instrumentalización y cosificación del ser
humano, del hombre, transformándolo así en capital humano. Todo lo contrario,
la filosofía, tanto de Marx como de Hegel, es de carácter materialista al
afirmar que todo es producido realmente por el movimiento. La historia sería
así una historia materialista (materialismo histórico) al estar producida por
el movimiento y las acciones de los individuos que han vivido en ella en cada
contexto histórico determinado. Los mismos filósofos clásicos ya eran
materialistas, puesto que sostenían que la materia en movimiento era tanto el
principio del Universo como por lo que éste estaba constituido. Lo contrario de
este materialismo sería un idealismo, una filosofía en la que el mundo de los
sentidos, variable y voluble, no es lo que constituye la realidad, sino las
esencias o ideas incorpóreas, eternas e inmutables. El primer sistema
filosófico al que se le aplicará el nombre de “idealista” será el de Platón.
Pese a ser Marx un pensador materialista, en el sentido filosófico, apenas se
interesó y trató estas cuestiones en Ontología.
Marx cargará contra un determinado tipo de
pensamiento materialista, sostenido principalmente por estudiosos de las
ciencias naturales, de su tiempo, este materialismo contrario a las ideas de
Marx era aquel que sostenía que el sustrato de todos los fenómenos, tanto
mentales como espirituales, se encontraba en la materia y los procesos
materiales, un materialismo que decía que tanto las ideas como los sentimientos
son perfectamente explicables como resultado de procesos corporales químicos.
Como vemos aquí un pensamiento materialista y mecanicista muy similar (por no
decir idéntico) al de La Mettrie, este pensamiento mecanicista era catalogado
como un materialismo burgués, un materialismo, en palabras de Marx, “abstracto
de los naturalistas que dejan de lado el proceso histórico”[3].
El materialismo de Marx conlleva el estudio
de la vida, tanto económica como social reales, del hombre y de la influencia
de este modo de vida que el individuo lleva en sus pensamientos. “… no se parte de lo que los hombres dicen,
se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, representado o
imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se
parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real,
se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de
este proceso de vida.”[4] En
otro fragmento de “La ideología alemana”
escrita por Marx y Engels nos encontramos con otra frase en la que puede
apreciarse su materialismo: “Lo que los
individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su
producción.”[5]
Como podemos observar el materialismo
histórico no es, para nada, una teoría psicológica, simplemente sostiene que el
modo de producción del hombre es lo que determina su pensamiento y sus deseos,
que no necesariamente tienen que ser sus deseos principales los de obtener la
máxima ganancia material, sino que este “deseo” nos es impuesto por el sistema.
De este modo la economía no se refiere a un impulso que sea psicológico, sino
al modo de producción, un factor completamente objetivo, económico y sociológico.
Bien, antes de proseguir con el desarrollo
del comentario sería conveniente aclarar algunos de los términos que Marx
utilizará con mayor frecuencia y en los que se apoyará, como si de piedras
angulares se tratase, a la hora de desarrollar sus escritos.
Comenzaremos con la enajenación, en palabras del propio Marx sería lo siguiente: “La enajenación del trabajador en su producto
no significa solamente que su trabajo se traduce en un objeto, en una
existencia externa, sino que ésta existe fuera de él, independientemente de él,
como algo ajeno y que adquiere junto a él un poder propio y sustantivo; es
decir, que la vida infundida por él al objeto se le enfrenta ahora como algo
ajeno y hostil.”[6]
Esta enajenación vendría mostrada, de forma parcial, al producirse “… el refinamiento de las necesidades y de sus
medios de una parte, mientras produce bestial salvajismo, plena, brutal y
abstracta simplicidad de las necesidades de la otra.”[7] Esta
enajenación puede verse claramente en la obra Germinal, de Émile Zola,
principal motor del naturalismo en Francia, cuando examinamos las condiciones
de vida de los trabajadores, protagonistas de la obra, en la Voreux, una mina, donde se ven sometidos
y alienados (término que analizaremos posteriormente) trabajando para el
empresario. Estos trabajadores viven hacinados junto con sus familias, de la
cual todos los miembros sin excepción se ven obligados a trabajar: “La vela alumbraba ya la habitación, que era
cuadrada, con dos ventanas, y estaba ocupada con tres camas. Había también un
armario, una mesa y dos sillas viejas de nogal, cuyo oscuro color se destacaba
fuertemente del fondo de la pared, pintada de amarillo claro. En la pared se
veían ropas colgadas de clavos, y en el suelo un cántaro junto a un cuenco de
barro que servía de palangana. En la cama de la izquierda, Zacarías, el hijo
mayor, mozo de veintiún años, estaba acostado con su hermano Juan, que acababa
de cumplir once; en la de la derecha, dos pequeñuelos, Leonor y Enrique, la
primera de seis años y el segundo de cuatro, dormían uno en los brazos de otro,
mientras que Catalina compartía la otra cama con su hermana Alicia, tan pequeña
y endeble para tener nueve años, que ni siquiera la hubiera sentido, si no
fuese porque se le clavaba a menudo en las costillas la joroba de la enferma.
La puerta vidriera estaba abierta, y por ella se veía el corredor y una especie
de antesala, donde el padre y la madre ocupaban otra cama, junto a la cual
había sido necesario instalar la cuna de la más pequeña, Estrella, que tenía
tres meses no cumplidos.” “…Aquellas casas de ladrillos, hechas con gran
economía por la sociedad minera, tenían unos tabiques tan endebles, que todo se
oía. Vivían apiñados; no había medio de ocultar ni el más, pequeño pormenor de
la vida íntima, ni siquiera a los pequeños.”[8]
Esta enajenación del obrero lo lleva a vivir como un mero animal más, lo
cosifica, deja de ser un individuo humano para ser un ser más cercano a la bestia o a la mera máquina. Resumiendo, esta
enajenación no es otra cosa sino producto de la propia sociedad capitalista,
siendo esta la separación de la masa de asalariados (proletarios) de los
productos de su propio trabajo.
Una vez aclarada la enajenación pasamos a la ya mencionada alienación. Esto se da cuando el trabajador queda anulado por la
propia actividad que realiza, no se siente dueño de sí mismo, en este caso sale
de sí mismo para convertirse en una cosa que realmente no es; en resumen,
describe la existencia de una escisión dentro del sujeto y trae como
consecuencia que este sujeto pasa a comportarse de un modo contrario a su
propio ser. El sujeto de esta alienación no es otro que la clase oprimida, el
obrero o proletario, el causante sería la clase opresora, la burguesía, esta
alienación queda demostrada con la existencia de las distintas clases sociales
y el modo de superarla sería mediante una abolición de la propiedad privada,
las clases sociales y la explotación del hombre por parte del hombre. Sin
embargo existen otras formas de alienación además de la económica, serían la
alienación política y religiosa, incluso la filosófica o moral (pese a que
estas van muy ligadas a la alienación religiosa o espiritual)
Ya hemos definido, a grandes rasgos, la
figura del proletario: un sujeto alienado y enajenado oprimido por una clase social
“superior”, la burguesía.
También nos habla de la división del trabajo y cómo esta afecta a las relaciones
interpersonales, Adam Smith dirá que la
división del trabajo no debe su origen a la humana sabiduría. Es la
consecuencia necesaria, lenta y gradual de la propensión al intercambio y a la
negociación de unos productos por otros.[9]
Esta división del trabajo será uno de los pilares fundamentales del capitalismo
y de su alienación y enajenación del trabajador, con ella llegan las cadenas de
montaje, la producción en serie que esclaviza al individuo haciendo que este
deje de ser quien usa las herramientas para fabricar y pase a ser utilizado por
la máquina como si de un apéndice de la misma se tratase. El proletario queda,
de este modo, anclado a producir constantemente una misma pieza, y la misma una
vez tras otra, piezas que serán ensambladas por otros en un trabajo puramente
maquinal, mecánico, y donde el individuo no puede sentirse realizado de ninguna
manera, no experimenta gozo en el trabajo realizado, tan solo vive para
trabajar y trabaja para vivir. Esta división de trabajo surge debido a una
propensión humana a la negociación para cubrir determinadas necesidades. Esta
división aparecerá siempre supeditada al mercado “esta división estará siempre
limitada por la extensión de la capacidad de intercambiar o, dicho en otras
palabras, por la extensión del mercado.”[10]
Resumiendo
lo que llevamos visto hasta ahora, observamos que el obrero es una figura
enajenada, alienada y sometido a la división de trabajo, la cual elimina todo
posible gozo en la actividad productiva y lo encadena a la máquina, esta
división de trabajo aparece motivada por el mercado y la necesidad de negociar.
Es la burguesía quien tiene las riendas de este proletariado y quien ha logrado
situarse por encima, manteniendo controlada a la masa con necesidades que le
son ajenas y crea para satisfacer caprichos y placeres pasajeros que impida a
la masa pensar, que les enajene aún más, que les aleje de sí mismos fomentando
esta escisión.
Pasemos
ahora a hablar de la propiedad privada
en palabras del propio Marx: “Decir que
la división del trabajo y el intercambio descansan sobre la propiedad privada
no es sino afirmar que el trabajo es la esencia de la propiedad privada; una
afirmación que el economista no puede probar y que nosotros vamos a probar por
él. Justamente aquí en el hecho de que división del trabajo e intercambio son
configuraciones de la propiedad privada, reside la doble prueba, tanto de que,
por una parte, la vida humana necesitaba de la propiedad privada para su
realización, como de que, de otra parte, ahora necesita la supresión y
superación de la propiedad privada.”[11]
Aquí se mencionan dos conceptos ya aclarados que son división de trabajo y
el intercambio, la fundamentación de la sociedad mediante el interés particular
antisocial.[12]
No sólo es necesaria una supresión de la propiedad privada, sino que se precisa
de una superación de la misma para liberar al individuo del yugo de la
alienación y la enajenación.
Podemos
pasar ahora a hablar de las fuerzas de
producción, para Skarbek estas pueden dividirse en dos principalmente: las
que son inherentes al individuo,
como son la inteligencia del mismo y su capacidad para desempeñar determinadas
tareas y las fuerzas de producción derivadas
de la sociedad, como serían la división de trabajo (limitada por el
mercado) y el intercambio. Para él el trabajo es simplemente movimiento
mecánico, lo principal lo harían las propiedades materiales de los objetos
mismos.
Conforme
avanzamos en la lectura del texto nos encontramos con otro tema de vital
interés en la obra, el dinero. Este
constructo social posee ciertas cualidades que lo tornan indispensable para el
sistema capitalista, estas cualidades son: su universalidad, puesto que es
mundialmente reconocido su valor, su capacidad para apropiarse de todos los
objetos, ya que todo tiene un precio en esta sociedad, este dinero es un ser
con una esencia omnipotente, el alcahuete
entre la necesidad y el objeto[13]
(de dicha necesidad). El dinero sirve tanto de mediador para la vida de uno
mismo como mediador para la existencia de otros hombres para ese individuo,
para el otro hombre. Otros pensadores ya habían relacionado al dinero con esta
idea, vemos por ejemplo en el Fausto
de Goethe como es la figura de Mefistófeles quien introduce el “papel moneda”
con el fin de generar este comercio, indispensable para el capitalismo, y hacer
que este sea mediador entre la voluntad humana y el objeto de su deseo: “Un papel de esos, en lugar del oro y las
perlas, es tan cómodo. Con ellos se sabe lo que se tiene. No hacen falta ni
regateos ni cambios para embriagarse de vino y de amor.”[14]
Para Shakespeare el dinero será la divinidad visible al tiempo que la puta
universal.
Efectivamente,
el dinero todo lo puede, es capaz de suplir cualquier carencia del tipo que
sea, ya lo dice Goethe: “Si puedo pagar
seis potros, ¿No son sus fuerzas mías? Los conduzco y soy todo un señor Como si
tuviese veinticuatro patas.”[15]
Este dinero es la verdadera fuerza creadora, suple cualquier tipo de demanda,
capricho o carencia, sea esta “necesaria” y “real” o impuesta por el sistema.
Antes
de pasar a la parte final de la obra a tratar considero pertinente hacer un
pequeño repaso y definir, con mayor claridad, un cierto orden en el contenido
del manuscrito.
En
primer lugar Marx realiza una distinción entre lo que es para él el verdadero
comunismo y el comunismo vulgar. El
comunismo vulgar es aquel que busca
anular la propiedad privada pasando así a una cierta “propiedad pública” o una
colectivización, el comunismo verdadero busca superar esta propiedad mientras
que el vulgar se limita a pasar de
una sociedad formada por individuos capitalistas a una sociedad que actúa como
un único individuo capitalista. Marx buscaba no solo superar esta propiedad
privada, buscaba liberar al individuo de la enajenación y la alienación
producida por el trabajo, el comunismo vulgar
simplemente busca mejorar las condiciones de vida de estos trabajadores pero
sin llegar a superar esta enajenación, simplemente acrecentando el salario de
los trabajadores y permitiéndoles llevar una vida “más humana”. Marx buscaba
mejorar la relación del hombre consigo mismo, tras esto que las relaciones
entre los hombres mejorasen y, finalmente, que la relación del ser humano con
la naturaleza alcanzase su cumbre al conseguir vivir éste en armonía con la
naturaleza misma, objetivo que, sin duda, el comunismo vulgar no busca.
Define
la figura del proletario como un apéndice de la máquina a la que se ve alienado
y sometido, casi ofrecido a la Industria por el burgués como si de un
sacrificio ritual a un demonio que se alimenta de carne humana se tratase. Este
Wendigo[16]
que es el capitalismo pervive en el tiempo alimentándose del proletariado,
reportando beneficios al burgués. “El trabajo
pediría cuentas al Capital, a ese dios impersonal, desconocido del obrero,
acurrucado en alguna parte, en el misterio de su tabernáculo, desde el cual
chupaba la sangre de los hambrientos que le hacían rico. ¡Se iría a buscarlo
donde estuviese, se le vería a la roja llamarada de los incendios, y se
ahogaría en, sangre a aquel reptil inmundo, a aquel ídolo monstruoso, ahíto de
carne humana!”[17]
Aquí vemos claramente la concepción del Capital en la obra de Zola.
Llegando
a la parte final del manuscrito nos encontramos con una crítica por parte de
Marx a la dialéctica hegeliana y, en general, a la filosofía de Hegel. Esta
crítica se asienta fundamentalmente en un reproche hacia la mistificación
hegeliana de considerar al Estado y la sociedad civil como una encarnación del
espíritu, es decir, como un producto de la idea.
Marx
encontrará armas filosóficas para rebatir a Hegel en Feuerbach, principalmente
tras su lectura de “La esencia del
cristianismo”, demostrando que no es la religión la que hace al hombre sino
que es el hombre quien hace a la religión.
Esto le permitirá comenzar con el desarrollo de ciertos aspectos de su
materialismo y formular sus primeras críticas. Esta crítica es debida a que
Hegel hace demasiado hincapié en la naturaleza sin preocuparse en los debidos
términos de la política, Marx considera que la filosofía actual no podría
llegar a ser nunca una verdad sin esta “alianza”. Este déficit materialista,
tanto en Feuerbach como en Hegel, será la guía de Marx para abordar la
filosofía del Derecho del Estado. Esta mistificación hegeliana se ve en su
visión de que el hombre real, producido tanto por el Estado como por la
sociedad civil, es producto de la idea o del Estado como encarnación de la idea
del espíritu o la razón. Hegel presenta lo ideal como lo real y muestra a la
sociedad civil como una determinación de la idea. Marx denunciará esta visión
hegeliana de la realidad y se apoyará en su crítica a la misma para desarrollar
su pensamiento político. “"A lo que
más llega el materialismo contemplativo, es decir, el materialismo que no
concibe la sensoriedad como actividad práctica, es a contemplar a los
individuos dentro de la "sociedad civil".”[18]
Quizá
sea esta parte final, la de la crítica a la filosofía hegeliana la que muestre
una mayor dificultad en la comprensión y la asimilación de las ideas, esto se
debe, en parte, a que Marx aún sigue empapado de esta dialéctica hegeliana que
él mismo critica, esto hace más tortuoso el manejarse con esta parte final, de
una increíble densidad y constantes vueltas sobre la misma idea. No por esto
deja de ser menos recomendable la lectura de esta parte, pero para abordarla
uno debe ir sobre aviso, además de tener unas nociones básicas tanto del
pensamiento de Hegel como del de Feuerbach y, al tiempo, la influencia de ambos
en la figura de Karl Marx.
Abandonando
en esta parte de la exposición el texto me centraré en una reflexión personal a
cerca del mismo.
Es
complicado abordar esta situación, uno tiene demasiadas formas de hacerlo,
podemos suponer que este Estado no es más que el reflejo de los individuos que
lo conforman, pero de una forma magnificada, ya que si las acciones de un
hombre comprometen a toda la humanidad de este modo la cosa se invierte, siendo
las acciones de toda la humanidad- reflejadas en el Estado- las que comprometen
a cada hombre individualmente. ¿Qué sería este Estado sino el reflejo del ser
humano? Por otro lado, podemos sostener una postura contraria, al decir que el
ser humano no es más que producto de este mismo Estado, en este sentido no
sería un reflejo nuestro, sino que nos adecuaría a cada uno para que fuéramos
nosotros un reflejo del Estado. Nos encontramos ante el problema del qué fue
antes, si el Estado (o la necesidad inherente al individuo de un estado) o el
individuo libre y desprovisto de este Estado que se ha hecho ahora, mediante la
manipulación y el escultura de los individuos nacidos dentro de él,
imprescindible para el hombre.
De
conseguir el ser humano superar esta enajenación, esta propiedad privada y, con
ello, la alienación ¿sería posible el siguiente paso? Ya no sólo el poder vivir
en armonía con uno mismo, ni con los demás, sino vivir en armonía con la
naturaleza en sí. ¿No sería esto una utopía también, un idealismo? Vería más
factible que el ser humano pudiese convivir en paz con la naturaleza a que
lograse hacerlo con uno mismo, quizás sea esta la parte más difícil. El mismo
Heidegger ya deja clara la enorme dificultad que le acarrea al hombre el
conocerse a sí mismo, “El Dasein habla de
sí mismo, se ve a sí mismo de tal y tal modo, y, sin embargo, eso es sólo una máscara con la que el Dasein se cubre para no
espantarse de sí mismo. Prevención de la angustia.”[19] Así pues, ¿cómo puede el existente, el Dasein,
el individuo, en definitiva: el ser humano, llegar a conocerse a sí mismo si
vive ocultándose constantemente de sí y a sí mismo? Ya lo decía el oráculo de
Delfos: Conócete a ti mismo. (γνῶθι
σεαυτόν - gnóthi seautón) Pero parece ser que esta actividad es, si no
imposible o inalcanzable, terriblemente difícil y, desde luego, la sociedad
capitalista actual en la que estamos sumergidos no nos ayuda en absoluto, todo
lo contrario, busca sepultarnos bajo una montaña de objetos y consumismo
exacerbado para evitar esa introspección, para evitar ese pensar y autoconocimiento. El propio sistema teme a quienes son
críticos y los difama, distorsiona y tergiversa su figura o su pensamiento,
como hemos visto en el caso de Marx. Aparentemente nos encontramos en una
situación sin salida.
Vivimos
en una sociedad que nos obliga a mantener la máscara y la llevamos puesta
durante tanto tiempo que somos incapaces de quitárnosla, ya no sabemos dónde
empieza la máscara y termina el individuo. Esta enajenación es tal que ha
transgredido las barreras del trabajo y lo producido para asentarse en lo más
hondo de nuestro ser, ha escindido al individuo en dos, en su máscara y en su
“ser real en cuanto tal” y le obliga a mantener esta división constantemente
durante tanto tiempo que llega a olvidar lo que es realmente.
Este
conocimiento nos lleva a una nausea, a un pathos,
nos encontramos ante un ser que más que estar vacío está lleno de nada. La vida
se nos presenta como un espacio en blanco susceptible de ser llenado con
cualquier cosa, con cualquier actividad, tantas posibles decisiones nos
abruman, nos hacen lamentarnos constantemente y plantearnos si, quizás,
deberíamos haber escogido una u otra opción. Nos mareamos y caemos en la
apatía, limitándonos a vivir en base a una inercia, comportarnos como “debemos”
comportarnos, ser como “debemos” ser, vivir como “debemos” vivir, en resumen,
nos auto-cosificamos, poniéndoselo aún más fácil a este sistema que busca la
cosificación de los individuos para manipularlos como una masa gris, como un
capital humano.
Sin
duda deberíamos hacer algo, no abandonarnos a nosotros mismos y dejar que sea
este Estado quien guíe nuestros pasos en función de sus intereses capitales,
debemos superar esta teoría con una praxis. Quizás podamos llegar a avanzar
hacia una síntesis final y que esta sea positiva, no simplemente porque está en
su condición de síntesis final el ser positiva, sino porque verdaderamente esta
merezca ser llamada, desde un punto de vista humano, positiva como tal.
Bibliografía:
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[1] Marx, K. H. - Introducción
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[2] Fromm, E. - Marx y su concepto del hombre. (Marx's Concept
of Man) Frederick Ungar Publishing Co., Nueva York. 1961 p. 9
[3] Marx, K. H. - El Capital. México, Fondo de Cultura
Económica, 2ª ed, 1959, t. I, p. 303 n.
[4] Marx, K. H. y
Engels F. – La ideología alemana. Pueblos
Unidos, Montevideo, 1958, p. 25
[5] La ideología alemana. p. 19
[7] Marx, K. H. – Manuscritos económicos y filosóficos de
1844. [Tercer Manuscrito] Biblioteca Virtual "Espartaco", enero
de 2001. p. 159
[12] Ibíd.
[16] Criatura
mitológica que aparece en las leyendas de los pueblos algonquinos de la costa
este y de la región de los Grandes Lagos, en Estados Unidos y Canadá, la cual
se alimenta de carne humana.
[17] Zola,
É. - op. cit. p. 137
[18] Marx, K. H. - New
York Daily Tribune, 21 de julio de 1854.