domingo, 3 de enero de 2016

El caminante y su sombra, comentario.

Antes de adentrarnos en este texto de Friedrich Nietzsche considero oportuno señalar que su anterior obra Humano, demasiado humano provocó un gran rechazo entre sus lectores más habituales, siendo un completo y total fracaso, puesto que es en esta obra en la que el filósofo-poeta se desprende de todas las posturas que con tanto fervor había defendido anteriormente, entre ellas: El antirracionalismo, el romanticismo wagneriano e, incluso, la metafísica nihilista de Schopenhauer, quizás el autor más influyente en su filosofía. Terminará siendo heredero de la Ilustración al esgrimir en sus manos un racionalismo crítico y escéptico.

Esta obra pretende ser una doctrina de salud y una disciplina voluntaria dicho en palabras del propio Nietzsche, el cual rechazaba la actitud de aquellos que pretendían ir de víctimas y/o mostraban su debilidad. Ya su anterior obra Humano, demasiado humano es la crónica de la liberación de toda forma de trascendentalismo, también el testimonio autobiográfico de una nueva forma de vida: la del filósofo errante, este será el modo de vida que Nietzsche lleve hasta que su enfermedad le reduzca a la demencia.

Nietzsche no dejará que su actual estado de ánimo, ni de salud, se vea reflejado en su libro, no pretende darle el gusto a sus enemigos de que vean sus debilidades, como ya hemos mencionado anteriormente era contrario a toda forma de victimismo y a demostrar sus debilidades. Esta postura se ve claramente en el aforismo número 128:

“Quien lleva al papel lo que sufre es un autor triste; pero se convierte en un autor serio cuando nos dice lo que ha sufrido y por qué en el presente le consuela la alegría.”

El libro aparece dividido en estos aforismos, tras una introducción en la que el caminante establece un diálogo inicial con su propia sombra, esto es lo que le queda a la figura del autor solitaria y encerrada en sí mismo, lo que le queda también a la figura del filósofo errante: su sombra. Es decir, él mismo, un eco de sus propios pensamientos. Esta forma de escritura, mediante aforismos, breves (o no tan breves) apartados en los que se expone una idea era la única opción de Nietzsche, el cual sufría de terribles jaquecas y dolores de cabeza.

El presente libro está escrito en 1897, durante los meses que anuncian el final del verano. Nietzsche en este tiempo estará sumido en un solitario viaje buscando las zonas umbrías de los bosques y el aire limpio de las montañas para emprender sus paseos por cómodos senderos alejado de la intensidad de la luz solar que hiere sus ojos. Durante estos paseos el autor mantiene este diálogo interior con su única acompañante: Su sombra.

Este libro, originalmente titulado Der Wanderer und sein Schatten, hace referencia a las condiciones ideales para pensar, para Nietzsche paseando sin un rumbo o una orientación fija, por paisajes boscosos, lagos, ríos y disfrutando de la pureza del aire de la montaña. Lejos de la intensidad de la luz solar, buscando la tranquilidad y a uno mismo en lo sombrío del bosque.

La enfermedad del autor permite que todo su mundo interior aflore, al verse privado de la compañía de otros intelectuales de su tiempo, incluso su dolencia ocular le mantiene alejado del saber que duerme en los libros, es aquí, sumido en el murmullo de sus propias ideas cuando se desata toda su creatividad. Su prosa rechaza el apasionamiento tan propio de los escritores del romanticismo, buscando en su lugar una redacción sobria, sin márgenes, pero contundente en cuanto a contenido.
Sin embargo el libro no pretende ser por entero un diálogo entre el caminante y su sombra, Nietzsche rechazaba esta forma de redacción similar a los Diálogos Platónicos, es más bien un soliloquio del caminante mientras que su sombra aparece como una oyente muda. El contenido del libro no es en absoluto un discurso sistematizado, son más bien pensamientos que el caminante, ahora con la presencia de su sombra, se ve obligado a cazar, como si fueran mariposas, y a verbalizar. De este modo más que un texto denso y estructurado lo que tenemos es una sucesión de pensamientos, expuestos con mayor o menor brevedad durante el paseo. Con la llegada del crepúsculo la sombra desaparecerá, irremisiblemente, y Nietzsche se encontrará totalmente solo de nuevo. Se ve este temor a la soledad cuando, al perecer el último rayo de sol, el caminante busca inútilmente a su sombra en derredor.

La sombra. -Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quiero ofrecerte la oportunidad de que lo hagas.

El caminante. - ¿Quién es? ¿Dónde hablan? Me parece que me oigo hablar, aunque con una voz más débil que la mía.

Aquí vemos la presentación de la sombra, cómo se le aparece al caminante, queda patente la idea de que conocerse a uno mismo es, en realidad, desdoblarse. El simbolismo de la sombra viene a significar que ninguno nos conocemos a nosotros mismos mediante una visión directa. Este diálogo del “yo” consigo mismo se expresa en esta obra.

También puede interpretarse El caminante y su sombra como una inquietud por superar los prejuicios y valores morales y religiosos, es decir, una inquietud o necesidad por romper las cadenas que desde hace tanto tiempo nos mantienen, culturalmente, socialmente, políticamente, religiosamente… etc. atados. La crítica nietzscheana al cristianismo se hace de nuevo visible en esta obra, para terminar desembocando en una alegato a la razón y a la libertad de pensamiento. 

En la obra también abundan reflexiones acerca de lo absurdo del remordimiento y de sentimientos como el de venganza que se esconde tras la condena de los actos ajenos. Sobre esto habla en un par de aforismos, tomamos como ejemplo el 259 y el 237, respectivamente.

“¿No vengarse? Hay tantas clases sutiles de venganza, que alguien que tenga motivos para vengarse puede en el fondo hacer o dejar de hacer lo que quiera: después de algún tiempo, todo el mundo estará de acuerdo en que se ha vengado. No está por tanto apenas al albedrío de un hombre no vengarse: ni siquiera le cabe decir que no quiere, pues el desprecio de la venganza es interpretado y sentido como una venganza sublime, muy penosa. De donde resulta que no debe hacerse nada superfluo.”


“La venganza más terrible. Si uno quiere vengarse a todo trance de un adversario, debe esperar hasta tener la mano enteramente llena de verdades y justicias y poderlas esgrimir contra él relajadamente; de tal modo que ejercer venganza coincida con ejercer justicia. Es la clase más terrible de venganza, pues no tiene ninguna instancia por encima de sí a la que aún pudiera apelarse. Así se vengó Voltaire de Piron, con cinco líneas que condenaban toda su vida y obra: tantas palabras, tantas verdades, así se vengó él también de Federico el Grande (en una carta que le dirigió desde Ferney).”

Nietzsche siempre ha sido catalogado como uno de los filósofos más importantes de su tiempo, de su filosofía beben tanto las grandes corrientes de pensamiento de los siglos venideros, por ejemplo, el psicoanálisis de Freud, como la filosofía de los pensadores del siglo XX, Martin Heidegger, sin ir más lejos. Además de un pensador notable, Nietzsche, siempre fue un poeta espléndido, esto puede verse en la forma de escritura de sus textos, cargadas de metáforas e imágenes poéticas que tiñen toda su obra de una enorme belleza, no sólo estilística, sino en cuanto a contenido se refiere.

Resulta paradójico como esta obra se asienta en una crítica a la debilidad humana habiendo muerto su autor a manos de una enfermedad degenerativa, aquí vemos como ni siquiera el ideario de esta filosofía tan vitalista y de carácter fuerte y regio está exento de sus limitaciones y, en resumen, de su condición humana. Busca, no sólo en esta obra sino en todas las venideras, la figura del Superhombre, aquel ser ungido con las aguas de la voluntad de poder, una especie de humano superior, alega que el hombre de su tiempo (y, personalmente, me atrevería a extenderlo también hasta el de nuestros días) es tan sólo un puente, un enlace, entre el hombre primitivo y este Superhombre.

Supongo que, en cierta forma, todos buscamos inconsciente – o conscientemente- aquello que somos incapaces de alcanzar, no me atrevería a enunciar una condición humana ni nada por el estilo que respondiera a esto, pero no hace falta irse muy lejos para comprobar esta tendencia inherente a todos nosotros. Buscamos superarnos día a día, sea como sea y en cualquier ámbito, buscamos constantemente una especie de catarsis o autorrealización con nuestras acciones, por esta necesidad humana ha surgido la filosofía, la religión e, incluso, las ciencias, por esta necesidad de conocernos y conocer lo que nos rodea, esto último no es más que una forma de conocernos también interiormente. Todas las filosofías, en cierto modo, se basan en la búsqueda del conocimiento, sí, pero de un conocimiento no universal, esto lo pretenden las ciencias, buscamos un conocimiento de nosotros mismos. Esto ya lo reflejaba el Oráculo de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo.” Y también lo harán todos los pensadores, no sólo filósofos también la escolástica tratará de hacer que el hombre se conozca a sí mismo, sólo que a través de conocer a Dios.

Tenemos cierta carga de espiritualismo, no sólo en nuestras acciones, también en nuestros pensamientos y en nuestras búsquedas personales, somos incapaces de despojarnos de ella, tengamos más o menos fe, creamos o no en deidades, es humano el tratar de conocerse a uno mismo, esto es universal, el modo en el que cada uno busca conocerse a sí mismo (sea mediante la filosofía, la religión, las matemáticas o cualquier tipo de ciencia) ya es algo personal.

Ahora surge la pregunta de ¿Esta necesidad de autoconocimiento nos hace más débiles o, por el contrario, nos afianza y nos fortalece? Aquí que cada uno tome su decisión y la respuesta que mejor le parezca. Podemos continuar con la problemática que surgió en clase a cerca del conocimiento y de lo felices que éste nos puede hacer o, al contrario, la infelicidad que este trae consigo.

Quizás este estudio pueda pecar, en apariencia, de breve, pero el objetivo del mismo no es exprimir al completo toda la filosofía que esta obra contiene, para ello sería necesario un estudio realmente intensivo y extenso a cerca de la obra en cuestión. El objetivo principal del estudio es despertar la curiosidad del lector y apremiarle, si no lo ha hecho ya, a leer esta magnífica obra de uno de los autores, en mi opinión, más importantes de la historia de la Filosofía. Al admirar toda la complejidad de la obra, pese a la forma de escritura: segmentada y repartida en aforismos, nos encontramos con un banquete para el intelecto, separado en trozos jugosos y sabrosos, colmados de saber y capaz de dejar ahíto incluso al más voraz.



No hay comentarios:

Publicar un comentario