Antes
de adentrarnos en este texto de Friedrich Nietzsche considero oportuno señalar
que su anterior obra Humano, demasiado
humano provocó un gran rechazo entre sus lectores más habituales, siendo un
completo y total fracaso, puesto que es en esta obra en la que el
filósofo-poeta se desprende de todas las posturas que con tanto fervor había
defendido anteriormente, entre ellas: El antirracionalismo, el romanticismo
wagneriano e, incluso, la metafísica nihilista de Schopenhauer, quizás el autor
más influyente en su filosofía. Terminará siendo heredero de la Ilustración al
esgrimir en sus manos un racionalismo crítico y escéptico.
Esta
obra pretende ser una doctrina de salud y
una disciplina voluntaria dicho en palabras del propio Nietzsche, el cual
rechazaba la actitud de aquellos que pretendían ir de víctimas y/o mostraban su
debilidad. Ya su anterior obra Humano,
demasiado humano es la crónica de la liberación de toda forma de
trascendentalismo, también el testimonio autobiográfico de una nueva forma de
vida: la del filósofo errante, este será el modo de vida que Nietzsche lleve
hasta que su enfermedad le reduzca a la demencia.
Nietzsche
no dejará que su actual estado de ánimo, ni de salud, se vea reflejado en su
libro, no pretende darle el gusto a sus enemigos de que vean sus debilidades,
como ya hemos mencionado anteriormente era contrario a toda forma de victimismo
y a demostrar sus debilidades. Esta postura se ve claramente en el aforismo
número 128:
“Quien lleva al papel lo que sufre
es un autor triste; pero se convierte en un autor serio cuando nos dice lo que
ha sufrido y por qué en el presente le consuela la alegría.”
El
libro aparece dividido en estos aforismos, tras una introducción en la que el
caminante establece un diálogo inicial con su propia sombra, esto es lo que le
queda a la figura del autor solitaria y encerrada en sí mismo, lo que le queda
también a la figura del filósofo errante: su sombra. Es decir, él mismo, un eco
de sus propios pensamientos. Esta forma de escritura, mediante aforismos,
breves (o no tan breves) apartados en los que se expone una idea era la única
opción de Nietzsche, el cual sufría de terribles jaquecas y dolores de cabeza.
El
presente libro está escrito en 1897, durante los meses que anuncian el final
del verano. Nietzsche en este tiempo estará sumido en un solitario viaje buscando
las zonas umbrías de los bosques y el aire limpio de las montañas para
emprender sus paseos por cómodos senderos alejado de la intensidad de la luz
solar que hiere sus ojos. Durante estos paseos el autor mantiene este diálogo
interior con su única acompañante: Su sombra.
Este
libro, originalmente titulado Der
Wanderer und sein Schatten, hace referencia a las condiciones ideales para
pensar, para Nietzsche paseando sin un rumbo o una orientación fija, por
paisajes boscosos, lagos, ríos y disfrutando de la pureza del aire de la
montaña. Lejos de la intensidad de la luz solar, buscando la tranquilidad y a
uno mismo en lo sombrío del bosque.
La
enfermedad del autor permite que todo su mundo interior aflore, al verse
privado de la compañía de otros intelectuales de su tiempo, incluso su dolencia
ocular le mantiene alejado del saber que duerme en los libros, es aquí, sumido
en el murmullo de sus propias ideas cuando se desata toda su creatividad. Su
prosa rechaza el apasionamiento tan propio de los escritores del romanticismo,
buscando en su lugar una redacción sobria, sin márgenes, pero contundente en
cuanto a contenido.
Sin
embargo el libro no pretende ser por entero un diálogo entre el caminante y su
sombra, Nietzsche rechazaba esta forma de redacción similar a los Diálogos
Platónicos, es más bien un soliloquio del caminante mientras que su sombra
aparece como una oyente muda. El contenido del libro no es en absoluto un
discurso sistematizado, son más bien pensamientos que el caminante, ahora con
la presencia de su sombra, se ve obligado a cazar, como si fueran mariposas, y
a verbalizar. De este modo más que un texto denso y estructurado lo que tenemos
es una sucesión de pensamientos, expuestos con mayor o menor brevedad durante
el paseo. Con la llegada del crepúsculo la sombra desaparecerá,
irremisiblemente, y Nietzsche se encontrará totalmente solo de nuevo. Se ve
este temor a la soledad cuando, al perecer el último rayo de sol, el caminante
busca inútilmente a su sombra en derredor.
La
sombra. -Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quiero
ofrecerte la oportunidad de que lo hagas.
El
caminante. - ¿Quién es? ¿Dónde hablan? Me parece que me oigo
hablar, aunque con una voz más débil que la mía.
Aquí
vemos la presentación de la sombra, cómo se le aparece al caminante, queda
patente la idea de que conocerse a uno mismo es, en realidad, desdoblarse. El
simbolismo de la sombra viene a significar que ninguno nos conocemos a nosotros
mismos mediante una visión directa. Este diálogo del “yo” consigo mismo se
expresa en esta obra.
También
puede interpretarse El caminante y su
sombra como una inquietud por superar los prejuicios y valores morales y
religiosos, es decir, una inquietud o necesidad por romper las cadenas que
desde hace tanto tiempo nos mantienen, culturalmente, socialmente,
políticamente, religiosamente… etc. atados. La crítica nietzscheana al
cristianismo se hace de nuevo visible en esta obra, para terminar desembocando
en una alegato a la razón y a la libertad de pensamiento.
En
la obra también abundan reflexiones acerca de lo absurdo del remordimiento y de
sentimientos como el de venganza que se esconde tras la condena de los actos
ajenos. Sobre esto habla en un par de aforismos, tomamos como ejemplo el 259 y
el 237, respectivamente.
“¿No vengarse? Hay tantas clases
sutiles de venganza, que alguien que tenga motivos para vengarse puede en el
fondo hacer o dejar de hacer lo que quiera: después de algún tiempo, todo el
mundo estará de acuerdo en que se ha vengado. No está por tanto apenas al
albedrío de un hombre no vengarse: ni siquiera le cabe decir que no quiere, pues el desprecio de la venganza es
interpretado y sentido como una
venganza sublime, muy penosa. De donde resulta que no debe hacerse nada
superfluo.”
“La venganza más terrible. Si uno
quiere vengarse a todo trance de un adversario, debe
esperar hasta tener la mano enteramente llena de verdades y justicias y
poderlas esgrimir contra él relajadamente; de tal modo que ejercer venganza
coincida con ejercer justicia. Es la clase más terrible de venganza, pues no
tiene ninguna instancia por encima de sí a la que aún pudiera apelarse. Así se
vengó Voltaire de Piron, con cinco líneas que condenaban toda su vida y obra:
tantas palabras, tantas verdades, así se vengó él también de Federico el Grande
(en una carta que le dirigió desde Ferney).”
Nietzsche
siempre ha sido catalogado como uno de los filósofos más importantes de su
tiempo, de su filosofía beben tanto las grandes corrientes de pensamiento de
los siglos venideros, por ejemplo, el psicoanálisis de Freud, como la filosofía
de los pensadores del siglo XX, Martin Heidegger, sin ir más lejos. Además de
un pensador notable, Nietzsche, siempre fue un poeta espléndido, esto puede
verse en la forma de escritura de sus textos, cargadas de metáforas e imágenes
poéticas que tiñen toda su obra de una enorme belleza, no sólo estilística,
sino en cuanto a contenido se refiere.
Resulta
paradójico como esta obra se asienta en una crítica a la debilidad humana
habiendo muerto su autor a manos de una enfermedad degenerativa, aquí vemos
como ni siquiera el ideario de esta filosofía tan vitalista y de carácter
fuerte y regio está exento de sus limitaciones y, en resumen, de su condición
humana. Busca, no sólo en esta obra sino en todas las venideras, la figura del
Superhombre, aquel ser ungido con las aguas de la voluntad de poder, una
especie de humano superior, alega que el hombre de su tiempo (y, personalmente,
me atrevería a extenderlo también hasta el de nuestros días) es tan sólo un
puente, un enlace, entre el hombre primitivo y este Superhombre.
Supongo
que, en cierta forma, todos buscamos inconsciente – o conscientemente- aquello
que somos incapaces de alcanzar, no me atrevería a enunciar una condición humana ni nada por el estilo
que respondiera a esto, pero no hace falta irse muy lejos para comprobar esta
tendencia inherente a todos nosotros. Buscamos superarnos día a día, sea como
sea y en cualquier ámbito, buscamos constantemente una especie de catarsis o autorrealización con nuestras
acciones, por esta necesidad humana ha surgido la filosofía, la religión e,
incluso, las ciencias, por esta necesidad de conocernos y conocer lo que nos
rodea, esto último no es más que una forma de conocernos también interiormente.
Todas las filosofías, en cierto modo, se basan en la búsqueda del conocimiento,
sí, pero de un conocimiento no universal, esto lo pretenden las ciencias,
buscamos un conocimiento de nosotros mismos. Esto ya lo reflejaba el Oráculo de
Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo.” Y
también lo harán todos los pensadores, no sólo filósofos también la escolástica
tratará de hacer que el hombre se conozca a sí mismo, sólo que a través de
conocer a Dios.
Tenemos
cierta carga de espiritualismo, no sólo en nuestras acciones, también en
nuestros pensamientos y en nuestras búsquedas personales, somos incapaces de
despojarnos de ella, tengamos más o menos fe, creamos o no en deidades, es
humano el tratar de conocerse a uno mismo, esto es universal, el modo en el que
cada uno busca conocerse a sí mismo (sea mediante la filosofía, la religión,
las matemáticas o cualquier tipo de ciencia) ya es algo personal.
Ahora
surge la pregunta de ¿Esta necesidad de autoconocimiento nos hace más débiles
o, por el contrario, nos afianza y nos fortalece? Aquí que cada uno tome su
decisión y la respuesta que mejor le parezca. Podemos continuar con la problemática
que surgió en clase a cerca del conocimiento y de lo felices que éste nos puede
hacer o, al contrario, la infelicidad que este trae consigo.
Quizás
este estudio pueda pecar, en apariencia, de breve, pero el objetivo del mismo
no es exprimir al completo toda la filosofía que esta obra contiene, para ello
sería necesario un estudio realmente intensivo y extenso a cerca de la obra en
cuestión. El objetivo principal del estudio es despertar la curiosidad del
lector y apremiarle, si no lo ha hecho ya, a leer esta magnífica obra de uno de
los autores, en mi opinión, más importantes de la historia de la Filosofía. Al
admirar toda la complejidad de la obra, pese a la forma de escritura:
segmentada y repartida en aforismos, nos encontramos con un banquete para el
intelecto, separado en trozos jugosos y sabrosos, colmados de saber y capaz de
dejar ahíto incluso al más voraz.
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