Analizando la introducción de esta obra de Bachelard nos damos cuenta de que se trata a cerca de la íntima relación entre la
poesía y la fenomenología, la estrechez de lazos que abarcan a la imagen
poética con su resonancia y repercusión, totalmente contraria a la causalidad.
Esta imagen poética habita más allá de esta causalidad, siendo imposible
acceder a ella a través del puente de la filosofía científica o racionalista,
este sendero donde yacen los problemas de carácter poético no debe ser hollado
con los pies de la psicología o el psicoanálisis.
Como he mencionado anteriormente, Bachelard nos dice cómo
el filósofo científico, como el racionalista, debe dejar a un lado este
conocimiento suyo si lo que desea realmente es estudiar los problemas de
carácter poético. En la imagen poética no interviene para nada el pasado, no
debe partirse de ninguna base para afrontar el poema, el lector de la obra debe
reconocer y ser plenamente consciente de que el acto poético no tiene pasado
próximo alguno, la imagen poética no es ningún eco del pasado, no está sometida
a un impulso. Al contrario de todo esto, en la imagen poética resuenan ecos de
un pasado lejano, sin que pueda verse a qué profundidad va a repercutir en el
lector una vez esta imagen se recree en él.
La imagen procede de una ontología directa, que es la que
debe trabajarse, al tener un ser propio, en este ser encontramos las verdaderas
medidas, basadas en la repercusión, inversa a la causalidad, y en la
resonancia, en la que la imagen tendrá una sonoridad de ser.
Más arriba me refiero a que el psicólogo y el
psicoanalista han de abstenerse de tratar hacer imperar sus razonamientos,
deben abstenerse según Bachelard de excavar en el poema con el fin de
“diseccionar” la vida de su autor, tratando así de buscarle un pasado al poema,
tratando también de buscarle un motivo, una razón de ser, basado en la
experiencia vital de su autor. Esto no debe ser así, la imagen poética debe
apreciarse por sí misma, no por su autor ni sus vivencias, si bien ciertos
hechos pasados han motivado al escritor, espoleándole en su obra, la verdadera
importancia de la imagen poética reside en su resonancia y, mediante la
expresión que crea ser, en la repercusión que esta produce en el individuo.
Esta repercusión genera ciertos ecos en el lector, remueve recuerdos y provoca
resonancias sentimentales, aquí es donde interviene, quizás, cierto trasfondo
personal, pero no es el del poeta sino el del individuo. El pobre psicólogo,
sin embargo, se pierde en la resonancia misma del poema, no llega a alcanzar la
repercusión, busca emociones que hayan movido al poeta a la creación de esa
imagen poética. El psicoanalista no tiene una mejor suerte, no sólo no llega a
alcanzar la repercusión, al igual que el psicólogo, sino que trata de ahondar
en la imagen, en el poema, trata de buscar en la propia psique del paciente y
en sus vivencias, traumas y quizás trastornos, busca lo que motiva esta imagen
poética, se pierde tratando de analizar la flor a partir del estiércol. No sólo
no puede ver más allá, entierra la cabeza tratando de buscar en las
profundidades de la misma el origen del cielo que, inocentemente, se encuentra
por encima de él. Los anteojos del racionalismo les impiden, como si de un
sólido muro de cristal, captar en su esencia toda imagen poética, este cristal
les permite ver el poema, pero no deja que la resonancia cale en el individuo y
produzca una repercusión en él. Sin duda los anteojos del racionalismo no son
las gafas adecuadas para leer poesía.
Anteriormente se ha mencionado la frase de “la expresión
crea ser”, esto se debe a que la propia imagen poética se recrea un número
infinito de veces, los versos pasan de ser parte del papel y saltan al
individuo, filtrándose a través de su mirada, calando en él. En este momento la
expresión del poema está creando un nuevo ser en el lector, está adentrándose y
uniéndose a él, irremisiblemente, pasando a formar parte como un órgano más de
su cuerpo, de su mente y de su alma. El poema debe, primero, tocar el centro
del lector, introducirse en las profundidades de su ser antes de producir
cambios en la superficie.
Por supuesto el poema, la imagen, se recrea cada vez que
alguien la lee, cada vez que alguien le da vida en su interior, tomando
cualquier poema como ejemplo podemos ver fácilmente que las sensaciones que
producen en un lector u otro son muy distintas y hasta puede que diametralmente
opuestas. La imagen poética muta, se recrea constantemente, y pasa a ser parte
de quien la lee, por eso decimos que la expresión crea ser.
Bachelard también nos habla acerca de la simpatía del
lector hacia la obra y, por tanto quizás, al autor. En cierto modo cuando
leemos algo que toca nuestra fibra sentimos que esos versos tan bellos debían
ser creados, sentimos incluso que nosotros mismos podríamos… deberíamos
haberlos creado de no haber sido ya hechos por el autor. Nos identificamos con
lo que leemos, sentimos admiración hacia la belleza de la expresión. En cierto
modo todos los lectores tenemos la necesidad de escribir, esta necesidad puede
verse satisfecha o no, pero crece conforme somos testigos de más y más imágenes
poéticas. Queremos expresar para crear. En cambio, ah, cuando lo que leemos nos
llega a conmover, si somos testigos de una belleza sin parangón, un sentimiento
profundo de humildad nos asalta y pensamos ¿Cómo podríamos nosotros alcanzar
esta magnificencia escrita? Pero este sentimiento se ve rápidamente sustituido
por la necesidad, ya mencionada anteriormente, de expresar nuestras propias
imágenes poéticas que, por cierto, dejarán de ser nuestras y propias en cuanto
alguien distinto a nosotros las perciba, les dé el ser y las haga, en cierto
modo, suyas propias. En ese momento la imagen poética mutará y pasará a ser
parte del lector. De este modo el autor pierde toda importancia frente a la
imagen poética, frente a su obra, el autor crea una sola imagen, pero esta
imagen se recreará infinitamente y variará por siempre, será eterna. Lo mismo
pasa con las pinturas o con cualquier forma de arte.
Aquí el arte ya se hace autónomo, toma un nuevo punto de
partida, la fenomenología liquida el pasado para enfrentarse con la novedad. El
poeta asocia imágenes, cuya vida está en todo su fulgor al ser esta una
superación de todos los datos de la sensibilidad. La obra supera a la misma
vida en el momento que ésta es incapaz de explicarla, el arte es realmente un
redoblamiento de la vida, emula las sorpresas que la vida nos ofrece y con esto
nos mantiene atentos, provoca la excitación de nuestra conciencia. Lescure dice
que el artista no crea como vive, sino que vive como crea.
Bachelard propone que la imaginación es la mayor fuerza
de la naturaleza humana, esta imaginación es capaz de hacer que nos
desprendamos del pasado e, incluso, de la realidad. Nos permite abandonar
nuestra corporeidad y entregarnos a la creación mediante la expresión. Por
supuesto es imposible ganancia psíquica alguna de la poesía sin hacer trabajar
juntas sus dos funciones, la de lo real y lo irreal, en el psiquismo humano.
Bien, ya hemos visto en esta introducción de La poética
del espacio como debemos desprendernos de todo racionalismo a la hora de
abordar una imagen poética, como el psicoanalista y el psicólogo deben abstener
de hurgar en el poema para tratar de extraer los restos del autor, para
descifrar hechos de su vida, traumas o problemas de carácter psicológico. El
problema de esto es que muchas veces el psicoanalista vuelca sus propios
traumas en el autor, lo que cree ver en su poesía no deja de ser más que el reflejo
de su propio subconsciente. Debemos, simplemente, contemplar la imagen poética
en sí, dejar que sus resonancias trasciendan a nuestro ser, crear así “ser”
mediante la lectura de la expresión, generando mutaciones en la imagen y su
perpetuación, dejando que ésta pase a formar parte de nosotros. Tenemos que
dejar que las resonancias del poema pasen a través de nuestra mirada, libre de
las lentes de cristal del racionalismo, y generen repercusión en nosotros
mismos. La imagen poética debe alcanzar nuestro centro, nuestra profundidad, y
después alterar la superficie generando ecos en nuestro interior, creando así
una segunda resonancia, estos ecos remueven recuerdos que yacían quizá
aletargados en nuestra mente. Esta segunda resonancia, esta vez en el propio individuo,
será de carácter sentimental y será la forma en que la imagen poética
trascienda, de un paso más allá de la mera expresión y cree ser.