martes, 10 de noviembre de 2015

Sobre el pasear.

¿Y qué es pasear sino el acto de andar? Bueno, es algo que va mucho más allá de recorrer calles, dejándote guiar aparentemente por el azar. Va más allá que pisar el adoquinado, de forma acompasada, sin un rumbo fijo. Es, sin duda, todo eso sí, pero también va más allá.

Es escuchar, ver, oler, sentir, dejarte invadir por el murmullo del tráfico, las conversaciones entrecortadas de la gente que pasa a tu alrededor y forma un rompecabezas desquiciante, cada paso sobre la piedra, el asfalto o la mullida hierba cuenta. Notas el viento y sus cambios de dirección golpeando contra tu cara y tu pelo, sientes cómo el aire recorre tu espalda como la caricia de un antiguo amante al colarse por tus ropas. Cada rayo de sol que golpea contra ti arranca fragmentos de hielo de tu interior adormecido, las ráfagas de aire arrastran aromas desde el lugar más recóndito que se pueda imaginar, hierba, castañas asadas si es invierno, o cualquier suerte de perfumes y colonias procedentes de los viandantes.

El oído es, probablemente, uno de los primeros sentidos en perderse junto con la vista. Se ve asediado continuamente, por el trino de los pájaros, el bullicio constante, el tráfico impertinente y un sinnúmero de cosas, de las cuales muchas pasan completamente desapercibidas en la mayoría de los casos, quedando sepultadas bajo otras mucho más llamativas. El gañido de las sirenas de los servicios de emergencia suele acallar al resto de sonidos, quizá por la alarma implícita que acarrean y la urgencia de su llanto. A veces, con suerte, algún músico andará tocando en alguna esquina, buscando algunas monedas procedentes de los viandantes y, con más suerte aun, será un buen músico y te regalará el oído durante una parte de tu trayecto.

También es un gusto y un recreo para la vista el perderse en ese maremágnum de caras, sumergirse en la vorágine de colores que gira a tu alrededor sin cesar, sin un respiro, podrías marearte tratando de sacar algo en claro de uno de los rostros que se te presentan puesto que este es inmediatamente sustituido por otro. Una verdadera colección de tonos de cabello, ojos, piel, labios, capaz de dejar boquiabierto a cualquier pintor debido a la envidia por semejante paleta de colores.
El olfato también se ve enormemente agasajado en los paseos, entablando una relación directa con el aire que envuelve a todos los paseantes y, robándole a cada uno parte de su aroma, arrastra su perfume por todas partes. Hay que estar atento si lo que se desea es desentrañar el misterio de algún exótico aroma de procedencia desconocida, lo cual probablemente suscite más de una emoción en el individuo que lo recibe en sus fosas nasales, es sabido que asociamos muchos recuerdos con determinados olores y su mera presencia, aunque sea fútil y pasajera, puede despertar en nosotros esas emociones encadenadas a recuerdos íntimos. Existen olores capaces de arrancarnos un par de lágrimas, enturbiando así nuestra visión cubriéndola con un velo cristalino durante unos instantes, no pasa nada, tras un par de segundos ese olor evocador desaparecerá engullido por el torrente que forma parte del aire.

¿Qué decir entonces del gusto? También se ve sorprendido, ya sea de forma agradable o, todo lo contrario, cuando llegan flotando ciertos aromas tan intensos que toman corporeidad en nuestra boca, pasando de ser meros entes etéreos como fantasmas que se arrastran por el aire a arrastrarse por nuestras papilas gustativas, dejándonos paladear durante unos breves y, sólo a veces, deliciosos instantes. Quizá sea desagradable saborear las cenizas procedentes del puro del señor que aguarda a tu lado a que el semáforo cambie de color y le permita cruzar la calzada, pero este sentido se ve sumamente satisfecho al pasar cerca de una panadería y saborear el pan recién horneado como si estuviera verdaderamente en tu boca, o las ya mencionadas castañas asadas.

Y no por todo esto debe menospreciarse el tacto ya que uno de los mayores placeres concebibles en pleno invierno es sentir el roce de los dorados rayos del sol, notar cómo van calentando tu espalda y se deslizan por ella, encendiendo tu cuerpo y, a modo de corazón auxiliar, ayudando a que la sangre recorra con renovado vigor el sistema circulatorio. Del mismo modo la caricia de un trazo, hecho como por un pincel invisible, de viento contra la frente en verano puede aliviarle a uno la mayor de las cargas que pueda transportar, dándole un respiro y un soplo nuevo, insuflando así nuevos ánimos.


Visto esto podemos concluir con que uno puede disfrutar de cada paso que da y los olores, las visiones, los sabores, las sensaciones, los recuerdos y todo lo que puede traer consigo, disfrutando en todos los aspectos del paseo o, simplemente, puede limitarse a andar, quizás sumido en sus pensamientos.

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