domingo, 10 de mayo de 2015

Crónica de un hombre muerto.



Querido y fiel amigo, puede que las siguientes palabras que se dispone a leer le hagan pensar en una broma de mal gusto o en una tomadura de pelo. Pues bien, ¡no lo es! y estaría dispuesto a jurarlo sobre mi propia tumba.

Claro está que usted pensará que es imposible que este texto esté escrito por su buen amigo Howard -es decir, un servidor- fallecido hará un mes. Supongo que, gracias a su no poca inteligencia y su complejo de Sherlock Holmes reconocerá mi letra y mi forma de expresarme.

Le escribo el siguiente manuscrito para informarle acerca de mi peculiar estado y para saber su opinión al respecto, ya que usted es un reputado forense. Dicho manuscrito estará en el escritorio de su despacho y créame, no es recomendable que me vea en persona hasta que su lectura de este manuscrito quede concluida.

Sin más dilación procedo a contarle mi peculiar historia:

Como usted bien sabe vivo en Londres desde hace dos años con mi bella, pero interesada, esposa en una gran y lujosa casa a las afueras de la ciudad, pero ¡ay! el destino no siempre es benevolente con los viejos ricos, ya que un día me hallaba en la mundana tarea de sustituir las tejas de mi tejado por otras nuevas, cuando, quiso la mala fortuna o tal vez el destino que me resbalase y cayese a plomo del tejado abriéndome la cabeza contra el suelo y teniendo una "muerte" rápida.

Visto está que arreglar tejados no es cosa de escritores -torpe de mí- y debido a mis escasos reflejos me fue imposible evitar el traspié. Pero cuando todos, y digo todos incluyéndole a usted me creían muerto, no lo estaba.

Si, parece sacado de un cuento de nuestro querido Poe ¿verdad?, en ese estado de "no-muerte" en realidad estaba sumido en una especie de letargo, del cual desperté el día de mi funeral al ser enterrado vivo... bueno... vivo no.

Dentro del ataúd empecé a examinar mi estado, respiraba pero no me era necesario, simplemente, lo hacía por un mero reflejo de mi cuerpo, tampoco sentía dolor. Esto último lo descubrí cuando dejaron caer a plomo mi ataúd -¡brutos!- en aquel infecto agujero al que llamaron sepultura.

En fin, conseguí escapar abriéndome paso a través de la madera de mi ataúd, la cual era de mala calidad, -Ya hablaré sobre esto con mi esposa- tras escapar me dejé caer en la hierba del camposanto. Debería estar cansado, pero no lo estaba, lo cual me sorprendió. Así que me puse en pie y miré en derredor, descubrí que podía ver todo con una gran nitidez, sin ayuda alguna de mis lentes. La Luna bañaba todo el cementerio con sus débiles rayos lunares, los cuales corrían como finos ríos de plata por entre las tumbas.

El lugar en todo su esplendor se entendía a mis pies como una bella obra de arte, en la cual, sus protagonistas, sin duda, eran los frío ángeles de mármol que servían a modo de guardianes de las sepulturas y como testigos de mi regreso al mundo.
¡Gracias a Dios que era de noche! ¿Se imagina a alguien saliendo de su propia sepultura en plena noche?... No, seguro que no, usted es un hombre de ciencia querido amigo.

Tras echar una última mirada al cementerio me fui caminando a paso ligero hasta un granero abandonado que estaba en las cercanías para pensar en mi próximo movimiento, pues estaba claro que no me iba a pasear por las calles de nuestra bella ciudad londinense en mi estado ¿verdad?...Sí, claro que sí.

Y... bueno... seguro que habrá oído noticias sobre mi tumba vacía, ¿verdad?...Sí, por supuesto que sí.
Saqueadores de tumbas dijeron... ¡Ja! les digo yo.
Le digo mi buen amigo que no le de crédito a dichas noticias pues la verdad, la única verdad se la acabo de proporcionar yo en esta misiva.

Esta vez la Diosa Fortuna me sonrió, ya que, antes de llegar al granero me encontré con un carromato discurriendo a toda velocidad por el camino de tierra y justo cuando iba a pasar por delante mía me arrojé al camino.
Dicho carromato me pasó por encima provocando un escalofriante sonido, el sonido de mi columna vertebral al quebrarse.

Y de como he llegado a usted doctor, pues no ha sido muy difícil, verá se lo explico:
Los ocupantes del carromato asustados me trajeron a su consulta en un vano intento de salvarme de las garras de la muerte pensaron que era un pobre borracho que se había caído en mitad del camino -¡Estúpidos!-
Si, esta misma mañana usted atendió a un hombre en estas condiciones, ¿Lo recuerda?...Sí, claro que sí.

Se lo resumo doctor, Usted mismo me ha tenido delante ante sus ojos y no me reconoció. Usted me ha practicado una autopsia esta misma mañana. Y usted no está dando crédito a esta carta ¿Verdad?...

Así que me dispongo a proporcionarle una prueba evidente, verá, usted solo tendrá que girarse, pues en este momento estoy detrás de usted.


Puede sentir mi aliento en su nuca ¿verdad?... Sí, claro que sí.

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