lunes, 8 de febrero de 2016

Imperio vacío.

Hay momentos en los que el aire pesa  más de la cuenta, momentos en los que todo parece de cristal, rígido, helado, duro y colocado a tu alrededor, como si estuvieras sumergido en él, como si fuera algún tipo de líquido, espeso al tiempo que frágil cual témpano de hielo. En esos momentos respiras y notas como el aire fluye como esquirlas, pero en lugar de cortar en su camino hasta los pulmones, simplemente, se trituran, se fragmentan en un número infinito de veces y se tornan algodón, se compactan y se deslizan suavemente, haciendo un ruido blanco, similar al que suena junto con la niebla en un televisor estropeado. Se dejan caer a través de tu boca, de tus fosas nasales, llenan tus pulmones, te hacen sentir frío por dentro, como muerto, igual que si estuvieras momificado o bajo el influjo de alguna suerte de embalsamamiento. Es como si el mayor de entre todos los expertos taxidermistas hubiera hecho de ti su obra maestra. Te notas hueco y vació, tus ojos son dos cristales que relucen como si estuvieran vivos, pero no dejan de ser el reflejo de una materia transparente y muerta que refleja lo hueco y podrido del interior, ahora relleno de algodones de cristal, transparentes y huecos en su estructura más interna.

El ente de cristales vestido con piel se pregunta:
¿Quién soy?
¿Qué soy?
¿Cuándo y dónde soy?

Y se responde:
Estoy suspendido, simplemente así es, y, sin embargo estoy, al tiempo, anclado en una temporalidad, envuelto en el manto de una historia determinada, esta misma existencia en un estado temporal me impide ser absoluto, al menos hasta que mi existencia se cierre, tocando de este modo a su fin, cuando todas las posibilidades se hayan agotado. No seré absoluto, no seré una unidad, no estaré compacto, este interior algodonado y cristalino no desaparecerá hasta que mi ser alcance su finitud, hasta que todos los abanicos de posibilidades, de infinitas opciones con sus causas, efectos y repercusiones, se cierren definitivamente.

Acto seguido se interroga nuevamente:
¿De qué me sirve, pues, el estar completo si una vez consiga estarlo dejaré de estar?
Algo podrá hacer al respecto, ¿no?, existen cosas que, pese a su dificultad, pueden cambiar si se pone empeño, si se lucha por ellas… No, no siempre, el ser se responde nuevamente con:
Hay cosas, estoy dispuesto a admitirlo, por las que merece la pena actuar, cosas por las que uno debe actuar, de hecho, pueden ser modificadas o cambiadas, pero, por otra parte, otras cosas son imposibles de mudar y te conducen hacia el pozo de la inacción, donde te terminas ahogando en las aguas negras y heladas del hastío.

El ser busca el origen y descubre que lo peor no es cuando algo es una condición sin ecuánime de su propia naturaleza, como humano que, al fin y al cabo, es, sino que es inherente a la propia existencia y, al tiempo, inefable de suyo. No puede explicarse y definirse, ni siquiera puede dibujarse su contorno.

Esto es una idea, sí, pero existen ideas que una vez han sido destiladas, por la propia mente, o introducidas en uno mismo terminan por cambiarte interiormente, penetran hasta la médula y te hacen enfermar. Los síntomas de esa enfermedad son la sensación de hastío, desamparo y abandono, una imposibilidad de la misma posibilidad que te conducen a una parodia del acto de vivir.
Vives como se te dice a sabiendas de que no estás vivo.

¿Qué es la vida? ¿Qué es lo real? ¿Qué es ser?

Nada es, definitivamente, más real que los productos de una imaginación enloquecida o enferma, con esto quiero decir que: nada es más real que otra cosa, no existe una escala de “realidad” nada es, directamente, real.

Cualquier cosa, absolutamente todo lo que vemos, pensamos, sentimos y, en definitiva, tomamos como real pasa por demasiados filtros que nos privan del acceso a la cosa misma. La realidad no es accesible, por ende, a todas luces no existe, al menos no para nosotros. Y puesto que somos la medida de nuestro mundo, el cual compartimos, al menos en una cierta medida, entre nosotros, no existe en ningún plano. Todo lo que es, lo que se percibe como real, es un convenio, un contrato, un constructo, una ilusión, bagatelas, fruslerías y oropel. No es más que un juego de humo y sombras.
Lo único no relativo es que todo es relativo. La única verdad es que nada es verdad. Los principios de lo real son falsos, ilógicos, son impuestos por nosotros. No se puede dudar, en absoluto, de que se puede dudar de todo. Todo es mentira y, sobre todo, esta afirmación.

Vemos, con esto, que el lenguaje no puede abarcar la realidad, se nos antoja insuficiente. Las palabras limitan, encorsetan, encapsulan, retienen, asfixian, constriñen y reprimen. Ahogan a las cosas y las domeñan como conceptos. Definimos con palabras y en realidad estas no son otra cosa que eslabones de las cadenas con las que tratamos de apresar a las cosas, con las que buscamos cercar a la realidad.

La condición humana es esa, creernos superiores, actuar de forma soberbia, nos pensamos soberanos y tratamos de dominarlo todo. Obligamos a la naturaleza a postrarse ante nosotros y, con nuestras palabras, obligamos a existir lo que no existe y apresamos, con el fin de domesticar, lo que existe. Definimos a las cosas y, por tanto, podemos evocarlas, atraer a los conceptos a nosotros y obligarles a desenvolverse en el mundo.

Somos tiranos que han erigido un imperio vacío de mentiras sobre palabras.
Las cosas que nos encontramos las vemos en un mundear, esto es, en una relación en un determinado marco, en un contexto, en un cómo. Cuando las nombramos las marcamos y al definirlas las encadenamos para poder atraerlas en cualquier momento, las hacemos recurrentes, y obligarlas a mundear.

Pero todo esto va más allá, podemos crear cosas, no sólo físicamente, también con definiciones. Creamos entes que volvemos reales con su uso mediante las palabras mismas. Puedo nombrar algo que no exista, esto es: que no encuentre su reflejo en lo que denominamos como real¸ en la realidad compartida, pero puede existir, esta cosa creada por mí, al ser evocada. Invento algo, lo nombro, lo defino y cuando la definición sea acuñada podré llamarlo a mí y evocarlo con tanta facilidad y naturalidad como si hubiera existido desde siempre. Sin embargo no he hecho más que, con palabras, vaho en la fría noche o negra tinta en el papel, construir lo que acto seguido pasa a ser un fragmento de la realidad.

Este fragmento que he forjado puede pasar por el filtro social establecido y solidificarse, cristalizando y creando algo tan real como todo lo que encuentra su reflejo en el mundo.

Pero realmente todo no es más que, como se ha mencionado anteriormente, humo y sombras. Todo es un velo y no, no hay nada al otro lado. Hemos logrado construir, con el lenguaje, un imperio vacío sobre la nada.

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