Hay
momentos en los que el aire pesa más de
la cuenta, momentos en los que todo parece de cristal, rígido, helado, duro y
colocado a tu alrededor, como si estuvieras sumergido en él, como si fuera
algún tipo de líquido, espeso al tiempo que frágil cual témpano de hielo. En
esos momentos respiras y notas como el aire fluye como esquirlas, pero en lugar
de cortar en su camino hasta los pulmones, simplemente, se trituran, se
fragmentan en un número infinito de veces y se tornan algodón, se compactan y
se deslizan suavemente, haciendo un ruido blanco, similar al que suena junto
con la niebla en un televisor estropeado. Se dejan caer a través de tu boca, de
tus fosas nasales, llenan tus pulmones, te hacen sentir frío por dentro, como
muerto, igual que si estuvieras momificado o bajo el influjo de alguna suerte
de embalsamamiento. Es como si el mayor de entre todos los expertos
taxidermistas hubiera hecho de ti su obra maestra. Te notas hueco y vació, tus
ojos son dos cristales que relucen como si estuvieran vivos, pero no dejan de
ser el reflejo de una materia transparente y muerta que refleja lo hueco y
podrido del interior, ahora relleno de algodones de cristal, transparentes y
huecos en su estructura más interna.
El ente
de cristales vestido con piel se pregunta:
¿Quién
soy?
¿Qué
soy?
¿Cuándo
y dónde soy?
Y se
responde:
Estoy
suspendido, simplemente así es, y, sin embargo estoy, al tiempo, anclado en una
temporalidad, envuelto en el manto de una historia determinada, esta misma
existencia en un estado temporal me impide ser absoluto, al menos hasta que mi
existencia se cierre, tocando de este modo a su fin, cuando todas las
posibilidades se hayan agotado. No seré absoluto, no seré una unidad, no estaré
compacto, este interior algodonado y cristalino no desaparecerá hasta que mi
ser alcance su finitud, hasta que todos los abanicos de posibilidades, de
infinitas opciones con sus causas, efectos y repercusiones, se cierren
definitivamente.
Acto
seguido se interroga nuevamente:
¿De qué
me sirve, pues, el estar completo si una vez consiga estarlo dejaré de estar?
Algo
podrá hacer al respecto, ¿no?, existen cosas que, pese a su dificultad, pueden
cambiar si se pone empeño, si se lucha por ellas… No, no siempre, el ser se
responde nuevamente con:
Hay
cosas, estoy dispuesto a admitirlo, por las que merece la pena actuar, cosas
por las que uno debe actuar, de hecho, pueden ser modificadas o cambiadas,
pero, por otra parte, otras cosas son imposibles de mudar y te conducen hacia
el pozo de la inacción, donde te terminas ahogando en las aguas negras y
heladas del hastío.
El ser
busca el origen y descubre que lo peor no es cuando algo es una condición sin
ecuánime de su propia naturaleza, como humano que, al fin y al cabo, es, sino
que es inherente a la propia existencia y, al tiempo, inefable de suyo. No
puede explicarse y definirse, ni siquiera puede dibujarse su contorno.
Esto es
una idea, sí, pero existen ideas que una vez han sido destiladas, por la propia
mente, o introducidas en uno mismo terminan por cambiarte interiormente, penetran
hasta la médula y te hacen enfermar. Los síntomas de esa enfermedad son la
sensación de hastío, desamparo y abandono, una imposibilidad de la misma
posibilidad que te conducen a una parodia del acto de vivir.
Vives
como se te dice a sabiendas de que no estás vivo.
¿Qué es
la vida? ¿Qué es lo real? ¿Qué es ser?
Nada es,
definitivamente, más real que los productos de una imaginación enloquecida o
enferma, con esto quiero decir que: nada es más real que otra cosa, no existe
una escala de “realidad” nada es, directamente, real.
Cualquier
cosa, absolutamente todo lo que vemos, pensamos, sentimos y, en definitiva,
tomamos como real pasa por demasiados
filtros que nos privan del acceso a la cosa misma. La realidad no es accesible,
por ende, a todas luces no existe, al menos no para nosotros. Y puesto que
somos la medida de nuestro mundo, el cual compartimos, al menos en una cierta
medida, entre nosotros, no existe en ningún plano. Todo lo que es, lo que se percibe como real, es un convenio, un contrato, un
constructo, una ilusión, bagatelas, fruslerías y oropel. No es más que un juego
de humo y sombras.
Lo único
no relativo es que todo es relativo. La única verdad es que nada es verdad. Los
principios de lo real son falsos,
ilógicos, son impuestos por nosotros. No se puede dudar, en absoluto, de que se
puede dudar de todo. Todo es mentira y, sobre todo, esta afirmación.
Vemos,
con esto, que el lenguaje no puede abarcar la realidad, se nos antoja
insuficiente. Las palabras limitan, encorsetan, encapsulan, retienen, asfixian,
constriñen y reprimen. Ahogan a las cosas y las domeñan como conceptos. Definimos
con palabras y en realidad estas no son otra cosa que eslabones de las cadenas
con las que tratamos de apresar a las cosas, con las que buscamos cercar a la
realidad.
La
condición humana es esa, creernos superiores, actuar de forma soberbia, nos
pensamos soberanos y tratamos de dominarlo todo. Obligamos a la naturaleza a
postrarse ante nosotros y, con nuestras palabras, obligamos a existir lo que no
existe y apresamos, con el fin de domesticar, lo que existe. Definimos a las
cosas y, por tanto, podemos evocarlas, atraer a los conceptos a nosotros y
obligarles a desenvolverse en el mundo.
Somos
tiranos que han erigido un imperio vacío de mentiras sobre palabras.
Las
cosas que nos encontramos las vemos en un mundear, esto es, en una relación en
un determinado marco, en un contexto, en un cómo.
Cuando las nombramos las marcamos y al definirlas las encadenamos para poder
atraerlas en cualquier momento, las hacemos recurrentes, y obligarlas a
mundear.
Pero
todo esto va más allá, podemos crear
cosas, no sólo físicamente, también con definiciones. Creamos entes que
volvemos reales con su uso mediante
las palabras mismas. Puedo nombrar algo que no exista, esto es: que no encuentre
su reflejo en lo que denominamos como real¸
en la realidad compartida, pero puede existir, esta cosa creada por mí, al ser
evocada. Invento algo, lo nombro, lo defino y cuando la definición sea acuñada
podré llamarlo a mí y evocarlo con tanta facilidad y naturalidad como si
hubiera existido desde siempre. Sin
embargo no he hecho más que, con palabras, vaho en la fría noche o negra tinta
en el papel, construir lo que acto seguido pasa a ser un fragmento de la
realidad.
Este
fragmento que he forjado puede pasar por el filtro social establecido y
solidificarse, cristalizando y creando algo tan real como todo lo que encuentra
su reflejo en el mundo.
Pero
realmente todo no es más que, como se ha mencionado anteriormente, humo y
sombras. Todo es un velo y no, no hay nada al otro lado. Hemos logrado
construir, con el lenguaje, un imperio vacío sobre la nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario