§1. El olvido del ser.
"And indeed the question which
was raised of old is raised now and always, and is always the subject of doubt,
viz., what being is, is just the question, what is substance? For it is this
that some assert to be one, others more than one, and that some assert to be
limited in number, others unlimited. And so we also must consider chiefly and
primarily and almost exclusively what that is which is in this sense."[1]
La cuestión del olvido del ser es
algo que no pasa desapercibido al profundizar en el pensamiento filosófico
contemporáneo. Este problema, claramente advertido por Heidegger, tendría su
origen en la filosofía posterior a la de Aristóteles, aunque bien podría
percibirse en algunos filósofos anteriores, Platón, por ejemplo al priorizar el
eidos frente a lo aparente, es decir, lo que se da y se muestra de suyo, no
está haciendo más que “cosificar” dicho ente al adscribirle a una determinada
idea, inmutable e invariable, alojada en una suerte de esfera supraterrenal. En
el momento en que al referirnos a las cosas utilizamos un lenguaje que dice
como estas deberían ser, en función a una idea normativa, dejamos de referirnos
a las cosas en tanto que son y cómo estas se nos muestran. Es decir, deja de
ser un modo de relación con las cosas, una relación descriptiva y abierta, que
permite la entrada del devenir, y pasa a ser una cosificación y apropiación de
la situación en la que nos encontramos, mediante el uso de la palabra.
Al obstruirse la vía de escucha al
ser, debido al auge de la técnica moderna, lo cual conlleva el abandono del
ser, nos encontramos en una situación de precariedad.
Este olvido del ser no sólo afecta
al ser-de-lo-ente, sino que nos afecta de lleno, como seres que somos. No sólo se piensa en lo dado como cosas sino que
se cosifica al ser que realiza el mismo acto de pensar. Utilizamos, de este
modo, el lenguaje para desenvolvernos en el ámbito de lo inmediato, en nuestra
vida cotidiana, pero no llegamos a expresar con él la cotidianidad de esta
vida, todo lo contrario, este uso que realizamos del lenguaje deja ver, como
telón de fondo sobre el que está articulado, una impersonalidad. Este lenguaje nos es dado en nuestra educación, nos
apropiamos de él, pero mediante su uso –propio– hacemos efectiva la impropiedad
del mismo.
De este modo de desenvolverse en lo
mundano extraemos de la idea a la que se adscribe el objeto que va a ser
mencionado el modo de referirnos a él para lograr “traspasar” esta idea al
receptor de la misma. Mencionando yo un martillo mi interlocutor puede,
perfectamente, hacerse una imagen mental de un martillo, consiguiendo así el
objetivo hacia el cual apuntaba y por el cual me he referido al martillo.
Pongamos por ejemplo que lo necesitase para realizar alguna tarea o arreglo.
Esto es posible debido a que las dos personas que en este caso intervienen en
la conversación comparten una cierta esfera, la del lenguaje, que, en realidad,
no pertenece a ninguno de los dos, sino a una completamente impersonal.
Esta impersonalidad no está regida
por una figura de la que emane, sino por la emanación simultánea de todas las
figuras que en ella participan, dicho de otro modo: el ser humano, mediante el
lenguaje, participa y se desenvuelve en la impropiedad misma de este lenguaje
que utiliza. De este modo el mismo lenguaje se sustenta en el ser-dicho (o
escrito), el lenguaje emana de estos individuos y estos individuos se
desenvuelven en este mismo simultáneamente. Sin embargo, a todos les es
impropio.
§2. Ser-en-el-mundo
El ser, siendo, se encuentra en un
continuo desenvolverse y devenir dentro de un lenguaje, de ahí su condición de
arrojado o eyectado, dado que dicha condición implica un movimiento constante
en este desenvolverse, ya no sólo a nivel físico, con el mundo, sino también al
nivel del lenguaje. Debido a esta condición del ser está claro el error de
catalogarlo como un ente que no se desarrolla, ni se desenvuelve participando,
dentro de un mundo, o un lenguaje. El ser no permanece, no se encuentra,
podemos ver un ejemplo similar en el principio de incertidumbre de Heisenberg,
el cual nos dice que el simple hecho de aplicar un haz de luz cualquiera a una
partícula para poder observar su velocidad y cantidad de movimiento hará que
ese haz de luz rebote contra la partícula y modifique los valores observados.
De esto se entiende que el ser se encuentra, inherente a la existencia del
individuo, pero que su visión es inalcanzable por el mero hecho de hallarse
siempre en una indeterminación, un devenir constante.
§2.1. Del ser a lo ente y de lo ente al ser.
Surge de esta incapacidad de acceso
al ser de lo ente la necesidad del uso de un lenguaje que se mueva en un
terreno “ideal”, nunca mejor dicho, al margen de todo devenir, presente en el
mundo físico y material. Al manejar un lenguaje que encuentra su eco en ese
mundo que nos es, completamente, ajeno puesto que no podemos experimentar la
ausencia del devenir, tratamos de utilizar una herramienta como propia que, sin
embargo, no lo es.
Podemos apreciar el empeño de
autores como Nietzsche por recuperar la realidad, por hacer del lenguaje una
herramienta a-propia-da, tanto a nivel de posesión como de idoneidad. Otros
autores, ya posteriores, como Heidegger, vendrán a reclamar el ser como tal, no
como ente al margen del devenir ni las vicisitudes del destino. Se reclama el
ser como se reclama algo que ha sido olvidado completamente por la Metafísica,
más que olvidado podríamos decir obviado o confundido por culpa del brillo de
accesibilidad de lo ente.
§2.2. Lo que el ser es.
Definamos, pues, lo que es el ser.
El ser no es solamente lo que ya de por sí es, debido a su carácter de abierto
el ser es aquello, no sólo que es,
sino que podría ser, podría haber sido, será y fue. El ser se encuentra atravesado por todas sus circunstancias, se
articula sobre ellas y con ellas, al mismo tiempo presenta una estructura de
carácter múltiple, el ser no es uno,
tampoco una dualidad cuerpo-alma, el
ser es la multiplicidad propia de cada individuo y cada caso. (Entiéndase aquí
caso como “situación” o “circunstancia” en la que el individuo se halla inmerso
y que, por ello, forma parte de él en ese momento)
Esta metafísica en la que aún a día
de hoy nos hallamos inmersos ha contemplado durante casi toda su historia el
ser de una forma errónea, lo cual ha generado, entre otras cosas, la pérdida de
la inter-subjetividad además de una inmersión en las frías aguas del nihilismo.
Pese a todo, no pocos son los autores que, advirtiendo este estado angustioso,
proponen medidas para la recuperación y re-estructuración de la metafísica
occidental. Propuestas que estudiaremos a continuación.
§3. Propuestas para una recuperación metafísica.
§3.1. La razón poética.
La autora María Zambrano, por
ejemplo, reconoce la importancia del lenguaje poético en la Filosofía, propone,
al igual que hicieron anteriormente Nietzsche y Heidegger, la recuperación de
la palabra poética, la metáfora, con el fin de articularla al lado de la
Filosofía y la razón, creando así una suerte de razón poética. Pudiendo hacerle
frente, de este modo a la razón ilustrada y al auge positivista del paradigma
cientificismo. Se retoma el ideal romántico de la vuelta a las humanidades y se
busca despojar a la Filosofía del vestido racionalista en el que, hasta ahora,
se encontraba encorsetada.
Este concepto intenta responder al
impasse de la modernidad filosófica. Frente al sujeto cartesiano, el yo es para la autora un auto-reconocimiento[2], -y
no un descubrimiento como para Descartes - que prueba nuestra existencia y nos
revela nuestra propia naturaleza.
Frente a una razón omnipotente
María Zambrano reconoce un abismo de irracionalidad indispensable al ejercicio
discursivo. La racionalidad moderna se ha fundado en la identidad y en la
presencia, a lo cual nuestra pensadora opone la diferencia y el reconocimiento
de “lo otro” de la razón. Al sujeto cartesiano se le opone el hombre-organismo
que se construye partiendo de «la ruina del anhelo, de la avidez, de la
esperanza originaria»[3]
Con respecto al tema de la razón
poética, de la cual no sólo tienen el mérito María Zambrano, Nietzsche y
Heidegger, sino que este afán por aunar la poesía y la filosofía podía verse
despuntar en el cielo del humanismo retórico, que alcanza su cénit durante el
Renacimiento, encarnado en figuras como la de Dante, Boccaccio, Petrarca… A
propósito, esta subdivisión de la rama humanista renacentista surge de la
figura de Ernesto Grassi, discípulo de Heidegger, el cual ante la declaración
de su maestro cuando este se define a sí mismo como anti-humanista, investiga y
re-define las raíces humanísticas para mostrarle a Heidegger que no está tan
lejos de éste. Grassi distingue en el humanismo renacentista el de tipo
antropológico-descriptivo, de carácter platónico, y el de tipo retórico que,
mediante el uso de un lenguaje poético, busca el “dejar hablar” al ser,
provocando que este se manifieste en las obras de los ya mencionados autores.
Con el fin de retomar esta búsqueda
renacentista, a la par que romántica, se propone la unión de Filosofía y
Poesía, este proyecto persigue el aunar una disciplina con carácter de
univocidad, como es la primera, con otra completamente equívoca y dependiente
de una subjetividad del individuo (tanto poeta como lector). Se busca también
el curar a la Filosofía de su incesante aspiración de universalidad mediante el
uso de un lenguaje propio del individuo, que no permite un mismo enfoque. Se
persigue una simbiosis que aleje el paradigma filosófico del camino del
cientificista, paradigmas que amenazan con colisionar desde la Ilustración.
Debe, para estos autores, re-encauzarse la Filosofía por el camino de lo vivo,
de lo real, se busca traerla de nuevo al mundo aparente, donde debe estar, en
lugar de hallarse flotando, proponiendo métodos y modos de acceso de carácter
formal y universales, más propios de la Ciencia que de esta disciplina.
De ahí la gran importancia de la
poesía, tanto para la “cura” de la Filosofía como para la expresión del ser y,
de ahí, poder facilitar el acceso a lo propio. Por ello es tan importante para
algunos filósofos la figura de los poetas y los literatos.
§3.2. La razón histórica.
Nos preguntábamos, ya con el
título, cómo abordar la cuestión del olvido del ser. Queda propuesta la razón
poética para tal fin, sin embargo, existe otra propuesta, bastante similar: la
razón histórica. Este tipo de razón pretende aunar la vida con la historia del
hombre, propuesta por Ortega, nos dice que puesto que el hombre es el creador
de su propia historia puede alcanzar a tener la verdad de ésta, al contrario
que la verdad de la Naturaleza, la cual sólo puede ser poseída por Dios. Como
creadores, como demiurgos históricos, los seres humanos podemos aspirar a la
verdad histórica. Esta verdad sólo es alcanzable mediante una orientación
filosófica que ayude a ver a ser su inmersión en unas determinadas
circunstancias, su historicidad, de ahí la importancia de dicha razón
histórica.
Analizando la conocida frase de
Ortega “yo soy yo y mis circunstancias”
podemos apreciar que la primera parte “yo soy yo” enuncia una apropiación del
ser hacia sí mismo, se reconoce como sujeto vital, vemos pues la razón vital. Se le sigue la conjunción
“y”, lo cual indica, no una añadidura, puesto que no se trata de una
enumeración, sino de una articulación, esta “y” refleja que lo uno es inherente
de lo otro, muestra que la primera parte de la frase depende, definitivamente, de
la segunda. “... mis circunstancias” como parte final determinan la razón histórica, muestran que el ser es
dependiente de esa historia en la que, mencionábamos, se encuentra inmerso
cotidianamente.
Ortega señala dos modos de ver lo
vital, el primero sería la concepción biologicista, esto es: la vida como factum, como algo hecho y ya dado. Sin
embargo sería absurdo limitarse a la vida como algo ya hecho, puesto que esta
no cesa de desplegarse para el existente en función de las posibilidades de
este mismo, el cual se desenvuelve en un marco vital y se conforma mediante su
elección entre los distintos existenciarios que esta vida, dentro de su
posibilidad, le brinda. Esto último es la vida como faciendum, como un gerundio, lo que se va haciendo, el estado de
abierto del ser, de eyecto y arrojado, de nunca-acabado, propio en-cada-caso y
siempre por terminar.
§4. La novela y la Filosofía.
Actualmente nos encontramos en un
panorama en el que si la novela desea progresar y no caer en el olvido ésta
deberá hacerlo en contra del progreso del mundo.
Podemos apreciar en parte del
pensamiento filosófico de Edmund Husserl, concretamente en la lectura de sus
conferencias en Praga y Viena, cómo el filósofo hace referencia a la identidad
europea, que es capaz de ir más allá que cualquier frontera geográfica. Esta
identidad tendría sus raíces bien ancladas en la filosofía griega de la que
nace, una filosofía nacida debido a que (al fin) la pasión por el conocimiento
se había adueñado del ser humano, surgen los primeros amantes del saber y se
abandonan gran parte de los mitos vigentes hasta le fecha, pasando a buscarse
las explicaciones reales, todas las ciencias nacen de la mano de esta filosofía
griega. Husserl decía ver una crisis en Europa, surgida a comienzos de la Edad
Moderna, el germen de ésta tendría su origen en Descartes y Galileo, cuando las
ciencias de Europa reducen el mundo a su mera exploración técnica y matemática,
es en este momento cuando las ciencias, surgidas de la mano de la filosofía,
comienzan a cobrar una mayor importancia llevando así al hombre a las
disciplinas especializadas. Conforme el hombre avanza por esas disciplinas
ocurre lo que Heidegger llama el olvido
del ser, es en este momento cuando el hombre pierde el mundo de la vida,
pasando todo a ser de carácter técnico, matemático, científico… Gris. Pasando a
desplazarse, de este modo, las disciplinas de carácter humanístico.
Pese a lo que pueda parecer a
primera vista, Descartes no es el único padre de la Edad Moderna, sino que ésta
también tiene su origen en Cervantes, el creador de la novela Europea y quien
inicia (de nuevo) verdaderamente el que será el camino de la exploración del
ser, todo lo contrario a las ciencias que nos proponen en sus métodos los
filósofos de la época, empeñados en darle la mano a la Ciencia en lugar de a la
incipiente Novela, perdiéndose en estos túneles disciplinares en pos de las
matemáticas y la técnica. Podemos realizar un recorrido por autores como
Cervantes, Balzac y Tolstoi en el apreciamos como los grandes temas
existenciales analizados por Heidegger en Ser
y Tiempo son revelados por estos autores en sus novelas, las cuales llevan
acompañando e iluminando al hombre desde sus orígenes en la Modernidad. La
única moral de la novela es el conocimiento en sí mismo, el alcance de los
hallazgos de la novela europea trasciende las propias fronteras del continente,
siendo estos hallazgos “propiedad” de la novela de Europa sin importar el
idioma en el que estos se hayan podido llevar a cabo.
§4.1. El surgimiento de la novela.
Cuando el teocentrismo ha sido
desbancado y en su lugar se impone la razón humana es cuando surge la novela
propiamente dicha, es cuando don Quijote
ve la luz. Descartes duda del mundo, afianzando la importantísima idea del
cogito, ese ego pensante se encuentra solo frente a la vastedad del cosmos.
Cervantes, por su parte, nos hace ver la increíble ambigüedad del mundo, como
lo que hasta hora se había considerado una verdad única se fragmenta, se divide
en un sinnúmero de verdades igualmente válidas. Muchas de las interpretaciones
dadas a la obra de Cervantes se basan en la postura de querer darle un valor
moral, ya sea viendo una crítica o una exaltación del idealismo confuso de su
protagonista. La sabiduría de la novela es difícil de aceptar y comprender
debido a que el ser humano no aguanta vivir en este océano de verdades
múltiples, esta pluralidad y la ausencia de un Juez Supremo, de un dios que
guíe sus pasos, le abruma. Hace sentirse al hombre insignificante e incapaz de
“comprender”, es incapaz de aceptar la relatividad en la esencia de todo lo
humano.
Tras esto comprendemos la verdadera
importancia de la novela, la brillante necesidad de aprender a movernos en su
vastedad, en su océano noetico-noemático.
§4.2. La Filosofía en la novela.
Siguiendo el recorrido
anteriormente propuesto por el mundo de la novela nos damos de bruces con
escenarios capaces de situarnos en tesituras de lo más controvertidas y
aporéticas. Vemos casos como, por ejemplo, el de los personajes de Diderot, al
comienzo de Jacques el fatalista; si
bien don Quijote tiene la vastedad de un mundo casi ilimitado ante sí y puede
retornar a su hogar cuando así lo desee, estos personajes están “atrapados” en
un espacio sin fronteras y en un tiempo sin principio ni final definido. Este
mundo exterior representado en la misma novela desaparecerá reemplazado por lo
infinito del alma. Este mundo de lo infinito del alma será reducido a la nada
con la entrada de la Historia en la vida del ser humano.
§4.3. La muerte de la novela.
Se podría contemplar a esta novela
como una moda más que verá su fin junto a la ropa envejecida de temporadas
pasadas y, quizás, a gran parte de los valores morales. ¿La novela muere? Sin
duda, es perecedera, puede sobrevivir quizás, pero se ve en muchos casos
mutilada por la censura, desgajada en fragmentos por la represión ideológica
vigente y prohibida, por completo, en otros casos. Es una muerte discreta, que
no escandaliza a nadie, simplemente sucede y no genera ningún tipo de alertas.
La novela se ve, en algunos casos, sometida por entero al poder vigente y esto
es, sin duda, peor que la muerte, al convertirse el arte de la novela en mera
propaganda de la cual dudan incluso sus autores. Si bien la novela es, en la
mayoría de los casos, un reflejo de la sociedad, también puede ser utilizada
como método propagandístico.
Kundera habla en La desprestigiada herencia de Cervantes acerca
del posible fin de la novela por agotamiento propio, como si los temas de la
novela hubieran tocado a su fin al igual que una vieja mina de carbón
completamente vacía ya del mineral. Distingue cuatro llamadas en el ámbito de
la novela, siendo estas:
La llamada del juego, donde se
menciona el Tristram Shandy de Laurence Sterne y Jacques
el fatalista de Denis
Diderot, estas novelas serían concebidas como cimas de la levedad, sin
la presión de un decorado realista ni verosímil.
La llamada del sueño, donde autores
como el propio Kafka fusionan el mundo onírico con el mundo de la realidad, una
antigua ambición de la novela perseguida durante años hasta que, finalmente,
Kafka supo alcanzarla magistralmente.
La llamada del pensamiento es en la
que la novela se colma de una inteligencia radiante, convirtiéndose en una síntesis
de intelectualidad pura sin llegar a ser filosofía, aquí intervendrán autores
como Musil y Broch.
La llamada del tiempo, aquí el
contenido de la novela no tiene por qué limitarse a un tiempo único, queda
libre el autor para jugar con las paradojas temporales, los saltos hacia
adelante y atrás, pudiendo incluso revertir el tiempo mismo.
Concluye tras estas
diferenciaciones entre las llamadas de la novela que si ésta encuentra su fin
no será por agotamiento, sino porque se encuentra en un tiempo distinto al
suyo. Si, el planeta está encontrando su unificación, este sueño humanista
finalmente parece ser capaz de llevarse a cabo, pero esto trae consigo un
enorme proceso de reducción en el que la vida del hombre queda reducida a su
función social, y su vida social se reduce a una lucha política entre dos
eternos bandos que, como dos titanes enzarzados en una pelea sin fin, hacen
añicos todo en su lucha. Para Kundera la existencia de la novela es enormemente
necesaria en esta vorágine reduccionista, la novela debe seguir guiando e
iluminando al hombre para que el olvido del ser no llegue a darse.
Surge este nuevo monstruo, más allá
de toda novela, el monstruo del exterior llamado Historia, un ser ingobernable,
impersonal y, por completo, irracional e impredecible. La novela deja a la luz
nuestra alma desnuda con todas sus preocupaciones, de ahí su verdadera
importancia.
§5. El lenguaje como morada del ser.
Heidegger enuncia “El lenguaje es la casa del ser (Die
Sprache ist das Haus des Seins) En su
morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa
morada.”[4].
Del lenguaje, sobretodo del lenguaje poético, se valora la expresión libre
mediante la metáfora y el ser capaces de transmitir, no sólo mediante lo dicho,
también con lo que no se dice o se deja entrever. Es en este “dejarse ver”
donde se transparenta ligeramente el velo que separa el ser de nuestro yo, por
llamarlo de algún modo, consciente.
Por supuesto que no podemos percatarnos de nuestro propio ser, puesto que somos
ese mismo ser, una conciencia no puede auto-percatarse de sí misma, sin embargo
si puede percatarse del acto mismo de percatarse, esto es debido al
extrañamiento que la acción produce en la conciencia, en este “yo consciente”.
§5.1. Alétheia
“To raise the question of aletheia,
of disclosure as such, is not the same as raising the question of truth. For
this reason, it was inadequate and misleading to call aletheia, in the sense of
opening, truth”[5]
Llegamos entonces a la conocida alétheia, o desvelamiento, la cual hace
referencia a aquello que no está oculto, lo evidente, lo “verdadero”. Proviene
de la palabra “verdad”, sin embargo no debe asociarse tan a la ligera con el
uso moderno de dicho término, esto es, no puede confundirse la alétheia con la veritas. En este caso el término viene a hacer referencia al
desocultamiento del ser, a diferencia de su uso en Parménides, el cual
contemplaba la alétheia como aquello
opuesto a la doxa. Esta alétheia se nos da a modo de gerundio,
para ser más precisos: no es tanto lo desvelado como el proceso de
desvelamiento, el desvelar como una acción mantenida en el tiempo y siendo
realizada continuamente.
Podemos ver, nuevamente,
reminiscencias y ecos del olvido del ser que subyacen a la problemática del
existente al hacer frente a la alétheia.
Debido al proceso de reducción eidética y cosificación que el ser ha sufrido,
se percibe lo “verdadero”, la “verdad”, como algo ya-dado, es decir: “X es verdadero, puesto que se corresponde con
lo que X es”, se concibe, pues, lo
verdadero como lo desvelado. La verdad pasa a ser víctima del lenguaje impropio
con el que nos desenvolvemos al ser hecha participio, cuando, en realidad, y
debido al continuo devenir y darse de las cosas, la “verdad” es gerundio.
Lo verdadero, por llamarlo de algún
modo, reside en ser verdadero, carece
de cualquier posible núcleo intra-eidético enterrado en su profundidad que haga
que sea verdadero, sino que depende
de ser en primera instancia. Pongamos
por ejemplo que digo “está lloviendo”, el hecho de que tal enunciado fuese algo
verdadero dependería de que el suceso, la lluvia, se estuviese dando en ese
momento. Otra cosa a tener en cuenta es la concreción, puesto que dicho
enunciado podría, al mismo tiempo, ser verdadero y perfectamente válido para
cualquier otro lugar del mundo si, por ejemplo, en Francia estuviera dándose
este fenómeno. Sin embargo, en mi cotidianidad sería una falsedad afirmar tal
cosa como la lluvia, a menos, claro está, de que fuese consciente de que en
Francia acontece y el enunciado tuviese como referencia al país galo.
Vemos como la verdad precisa de
ser, en primera instancia, no es algo dependiente de una esencia previa dada en
ningún eidos, es dependiente de un “marco” en el que desenvolverse y
desplegarse como gerundio.
[1]
Aristóteles – Libro VII, sección 1, parágrafo 1030 a.
[2]
Zambrano, María ; « La salvación del indivio en Espinosa », Los intelectuales
en el drama de España y escritos de la guerra civil, Trotta, Madrid, 1998, 59
-69
[3]
Zambrano, María, El hombre y lo divino, FCE, Máxico, 1993, p.199
[4]
Heidegger, M. – Carta sobre el humanismo.
Alianza Editorial, 2000,
Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario